miércoles, marzo 24, 2010

Mons. Romero: su presencia, compromiso y testimonio como referencia en la actual situación

+ Mons. Oscar Arnulfo Romero
Arzobispo de San Salvador

La dimensión socio-política de su presencia,
compromiso y testimonio, como referencia en la
actual situación de nuestros pueblos*


Luis Enrique Marius

En una sana costumbre que continúo practicando, cuando voy a conocer a una persona, trato de conocer antes algo de su historia por fuentes confiables, tener algunas referencias no tanto en lo que piensa, sino fundamentalmente en lo que hace.

A inicios del año 1978, tuve la oportunidad de reunirme por más de dos horas, en la Casa Arzobispal de San Salvador con Mons. Oscar Romero.

Las referencias me hablaban de un pastor que fue sorprendido con su designación, muy cauto y reservado, hasta podríamos decir temeroso. Me lo definieron como algo conservador, humilde y de una profunda vida espiritual.

Esas mismas referencias me contaron de su amistad con el Padre Rutilio Grande, y el enorme impacto que le había producido, su cobarde y brutal asesinato hacia algo menos de un año.

Le conocí en la etapa más dura de su responsabilidad pastoral.

Me encontré con un hombre que el poeta argentino Atahualpa Yupanqui define como “los que ponen el gesto delante de la palabra”.

Me produjo dos sensaciones que naturalmente se complementan en las personas que no “observan”, sino que “viven” su realidad.

Por una parte, perplejidad y angustia al constatar tanto odio y maldad presentes en el corazón de muchos de sus compatriotas, que los llevaban a cometer atrocidades en desmedro de personas inocentes por el simple hecho de discrepar por ideas e intereses diferentes; y por otra, la responsabilidad que sentía como pastor, de ser voz de los que no la tienen, y asumir la doble dimensión de su compromiso cristiano en denunciar y anunciar, encarnar las angustias de los más excluidos, marginados y perseguidos, y sembrar la esperanza en la justicia y el amor.
Fui a encontrarle buscando respuestas y me retiré con más interrogantes.

Compartimos informaciones y análisis sobre las causas, pero especialmente, como enfrentar las consecuencias de esa polarización que arrastraba y devoraba a todo un pueblo hacia una cultura de la violencia y la muerte.

El Salvador, al igual que varios países de nuestra Patria Grande Latinoamericana, había caído en una espiral de violencia que lo hundía cada vez más, impidiendo toda forma de diálogo y racionalidad.

En mis notas registré algunas frases claves de Mons. Romero:

“Con los mismos argumentos, militares y guerrilleros, autojustifican las monstruosidades que cometen…
Como en la tragedia griega, vamos hacia el precipicio cantando tonadas de guerra… Cuantos errores habremos cometido para tener que pagar este precio!...
Cual ha sido nuestra omisión, para que sean tan pocos los dirigentes que no hayan perdido la fé y crean en nuestra esperanza”.

Fue la primera y única vez que pude verlo personalmente y me causó una muy grata impresión. Entre las referencias que tenía y el encuentro que vivimos, me sorprendió conocer a un pastor que sin mucha retórica, se había convertido y comprometido con su pueblo, con los más sufridos, excluidos y reprimidos, con una gran dosis de entrega y sacrificio, y un gran equilibrio entre la denuncia y el anuncio. Verdaderamente, “un signo de contradicción”, como deberíamos serlo todos los cristianos.

Unos años más tarde, luego del lamentable asesinato de Mons. Romero, y resonando en mis oídos ese encuentro, me reuní nuevamente con el Arzobispo de San Salvador, que en esa oportunidad era, el ya fallecido Mons. Rivera y Damas, quien había sucedido a Mons. Romero. Estábamos en el jardín de su residencia y a su lado un niño de no más de 4 años le tenía de la mano. Hablábamos de la violencia, que aunque de menor intensidad, aún se mantenía. Compartíamos la preocupación tanto por erradicar las causas, como de asumir y restañar las heridas que aún no habían cicatrizado. Recuerdo que acariciando la cabecita del niño que tenía a su lado, me dijo: “él vio como un grupo de militares asesinaban a su padre, madre y hermano…quedó sólo… ¿qué podremos hacer para borrar eso de su corazón?... pasarán algunas generaciones antes de lograrlo.”

El Salvador se situaba, al igual que la gran mayoría de los países centroamericanos, no ya en el “círculo de fuego” como se le denomina a esa región por la presencia y acción de los volcanes, sino en el “circulo de la muerte” generada por ideologismos que hicieron y aún hacen de la violencia un instrumento privilegiado de acción política para imponer sus intereses particulares.

En Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua, viví la persecución y asesinato de muchos compañeros y amigos, por el único delito de no aceptar “etiquetas prefabricadas”, ni “alineamientos” en función de intereses que no eran los de los trabajadores y nuestros pueblos. Más que la violencia, me rebelaba la impotencia ante la impunidad y el abandono que sufren y aún sufrimos, dirigentes y militantes sociales o políticos, cuando no existe referente legal alguno a quién recurrir en esas situaciones.

Recuerdo que en esa misma época, un gran amigo y hermano entregó su tesis de doctorado en desarrollo en la Universidad de Lovaina, donde asumía toda esta problemática y llegaba a una muy grave conclusión: las resultantes de la presencia e incidencia militar en Latinoamérica y la respuesta armada de algunos sectores, confluían en las mismas y nefastas consecuencias: la de haberse autojustificado unas a otras, y ambas, ser las responsables de una postergación por más de dos décadas, de condiciones mínimas de desarrollo en nuestros pueblos. Generó un hecho insólito: le rechazaron la tesis y debió denunciar académicamente a los profesores y ante un tribunal especial, le reconocieron su tesis, y especialmente, el derecho a discrepar de lo que era una “versión oficial”.

En ese contexto, no sólo se generalizan y polarizan las opciones, que hacen difícil el desarrollo y aplicación de claros criterios de discernimiento, sino que las “etiquetas” no sólo se colocaban a otros a partir de sus opciones, sino que también sirvieron para intentar, por lo menos, autojustificar las propias, y muchas veces, esconder la cobardía por no asumirlas.

Quienes hacen el esfuerzo, no por mantenerse al margen de las realidades, sino de vivir con coherencia el pensamiento y el compromiso asumido, sufren al igual que Mons. Romero, el “etiquetado” que quiere justificar lo injustificable.

Regularmente, y es muy enriquecedor y saludable que lo hagamos, los cristianos nos reunimos para orar. Deberíamos reflexionar si lo hacemos sólo para pedir, o también para agradecerle al Señor todo lo que nos ha dado. Aún más importante sería reflexionar sobre qué hemos hecho con lo que Él nos ha dado. La vida, la salud, la posibilidad de construir una familia, el amor que nos permite compartir fraternalmente la realidad y el futuro, la solidaridad que nos hermana.

Debería ser obligante para cada cristiano reflexionar, cada cierto tiempo sobre estos dones maravillosos que no nos vienen de la nada, y muchas veces ni siquiera merecemos.

Y quienes, por méritos o gratuidad de los hermanos debimos o tenemos que asumir responsabilidades para motivar, orientar o impulsar obras o movimientos, deberíamos reflexionar si somos efectiva y coherentemente cristianos. Si somos como la Morenita del Tepeyac (María de Guadalupe) “signos de contradicción” en nuestras sociedades, o si por el contrario justificamos por error u omisión, la injusticia y la falta de verdad y esperanza que nos rodea.

A finales del pasado año, un momento aprovechado para muchos mensajes tan edulcorados como vacíos o superficiales, recibí un análisis que me impactó, el mismo decía:

“Si pudiésemos reducir la población de la tierra a una pequeña aldea de 100 habitantes, y aplicáramos las proporciones de la actualidad, tendríamos: 57 asiáticos, 21 europeos, 8 africanos y 4 americanos; 52 mujeres y 48 hombres; 30 blancos y 70 no blancos; 30 cristianos y 70 no cristianos; 11 homosexuales y 89 normales; 6 personas tendrían el 59% de la riqueza y esos 6 serían norteamericanos. De las 100 personas, 80 vivirían en condiciones subhumanas, 70 no sabrían leer, 50 tendrían desnutrición, 1 estaría a punto de morir y 1 bebe estaría a punto de nacer, sólo 1 tendría formación universitaria y habría una sola computadora”.

Quien se precie de ser una persona responsable, y además, se considere o intente vivir como un cristiano, debería sacudirse como en un terremoto y cuestionarse profundamente. O no sería tan responsable y menos aún cristiano.

Pero si nos introducimos en la realidad particular Latinoamericana, y constatamos que durante los últimos 30 años, los Presidentes de nuestras Repúblicas, en un 87% se autodefinían como cristianos y además, decían ser egresados de Universidades Católicas, entonces la reflexión se nos complica.

Siempre tenemos la tendencia o mala costumbre, ante cualquier problema o situación negativa, de ponernos a buscar a alguien para adjudicarle la responsabilidad. Hablando políticamente, algunos en ciertas épocas le echábamos la culpa de las injusticias que vivimos a los comunistas, otros, ahora y siempre le echan la culpa al imperio yanqui. ¿Y nosotros?

¿Cómo podemos justificar que durante los 30 años de mayor crecimiento económico en Latinoamérica, se haya aumentado la injusta distribución de la riqueza?

¿Qué hemos hecho como cristianos para que la solidaridad no se agote en las moneditas que dejamos los domingos en las alcancías de nuestras iglesias?

¿Ante la violencia que afecta a nuestras sociedades, nos hemos encerrado en nuestras casas o reflexionamos y compartimos que sin justicia no es posible la paz, que sin un compromiso solidario no podemos construir un futuro mejor para nuestros pueblos?

¿Hemos estado a espaldas o huyendo de la realidad, o la hemos enfrentado, comunitaria y cristianamente para asumirla y resolverla?

Pasa el tiempo, y él nos ayuda a verificar la validez o inconveniencia de las actitudes que asumimos, como personas y como pueblos. No somos ni queremos o debemos convertirnos en jueces, fuera del contexto o de las condiciones que viven las personas.

Para los que intentaron en el momento histórico de Mons. Romero, mantenerse fuera de la confrontación y callaron lo que debían haber denunciado, protegiendo sus intereses, Mons. Romero, en el mejor de los casos había sido utilizado como instrumento de radicalización.

Para quienes deseaban que Mons. Romero se alineara en abierta confrontación contra el régimen, afirmaban que era manipulado por sectores conservadores de la Iglesia y los grupos económicos.

Y ante este tipo de actitudes, ni antes ni ahora, existen vacunas para evitarlo, y nadie está libre de contagiarse, ni siquiera dignatarios eclesiásticos.

Además de la falta de justificación para estas afirmaciones, está claramente demostrado que Mons. Romero no era un “oligarca”, su familia provenía de la clase media-baja de El Salvador y vivían austeramente. Hay quienes afirman que tanto en el Seminario como en su actividad parroquial, había encontrado algunas resistencias por su comportamiento algo conservador.

El asesinato del Padre Rutilio Grande, otro martir, lo sacudió profundamente.

La frase “no podemos callar”, me la repitió varias veces durante mi visita, y en ningún momento me pareció una persona que podía ser manipulada.

El gran secreto de un cristiano que se precie como tal, es el “encuentro con el Señor”.

En algún momento de nuestra vida lo descubrimos, lo encontramos. Él siempre está frente a nosotros, se nos manifiesta de miles maneras, se personifica en muchas de las personas que nos rodean.

Somos libres de buscarlo, de descubrirlo, de encontrarlo y especialmente, de asumirlo.

Desde ese momento, somos naturalmente “signos de contradicción”.

De la misma forma que rechazo a considerar que Latinoamérica es un continente con mayoría de cristianos (otra cosa es que haya una mayoría de bautizados), y que con pesar conozco a muchos autoproclamados cristianos y hasta dignatarios eclesiásticos que parecería que aún no se han encontrado con el Señor, estoy convencido que en Rutilio Grande, Oscar Romero encontró al Señor, se convirtió en un “signo de contradicción”, y lo fue como el Señor, totalmente y hasta su martirio.

Hoy rememoramos el martirio de un hombre, un pastor, que consciente del riesgo que corría, no tuvo temor en decir y hacer lo que debía.

Mi mejor recuerdo y homenaje es que en nuestro lugar y en nuestro momento, yo le pido al Señor, la gracia de poder hacer lo que él hizo, no para que nos alaben hoy o en la distancia, sino como coherencia de un compromiso asumido por amor a nuestro pueblo, como él lo hizo con el pueblo que el Señor le había confiado.

Estoy seguro que hoy nos acompaña y nos anima, para que su ejemplo sirva de especial referencia a nuestro compromiso, ante la realidad que debemos asumir, o que ya estamos asumiendo.

Muchas Gracias.

* Ponencia en la Conferencia del C.O.R. (Lima-Perú), con ocasión del 30º Aniversario del martirio de Mons. Oscar Arnulfo Romero.

(1) Uruguayo, viudo con 5 hijos (uno de ellos sacerdote), fue dirigente de la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT) de 1977 al 2004, Director General de la Fundación ILACDE, Miembro del Consejo Directivo de la UTAL (Universidad de los Trabajadores de América Latina) y Presidente de la CLADEHLT. Fué ponente en el Sínodo de los Obispos sobre la Misión del Laicado en el Mundo del Trabajo, y en el Acto Central por el Centenario de la Encíclica Rerum Novarum (Vaticano). Es Director General del CELADIC (Centro Latinoamericano para el Desarrollo, la Integración y Cooperación), Asesor del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) y miembro del Observatorio Pastoral del CELAM.

viernes, marzo 19, 2010

Justicia social - Justicia ecológica

Leonardo Boff
teólogo

Entre los muchos problemas que azotan a la humanidad, dos son de especial gravedad: la injusticia social y la injusticia ecológica. Ambos deben ser abordados conjuntamente si queremos poner en ruta segura a la humanidad y al planeta Tierra.

La injusticia social es cosa antigua, derivada del modelo económico que, además de saquear la naturaleza, genera más pobreza de la que puede manejar y superar. Implica gran acumulación de bienes y servicios por un lado, a costa de clamorosa pobreza y miseria, por el otro. Los datos hablan por sí mismos: hay mil millones de personas que viven al límite de la supervivencia con sólo un dólar al día, y 2.600 millones de personas (40% de la humanidad) que vive con menos de dos dólares diarios. Las consecuencias son perversas. Basta citar un hecho: existen de 350 a 500 millones de casos de malaria, con un millón de víctimas anuales, evitables.

Esta anti-realidad se ha mantenido invisible durante mucho tiempo para ocultar el fracaso del modelo económico capitalista, hecho para crear riqueza para unos pocos y no bienestar para la humanidad.

La segunda injusticia, la ecológica, está ligada a la primera. La devastación de la naturaleza y el actual calentamiento planetario afectan a todos los países, no respetando los límites nacionales ni los niveles de riqueza o de pobreza. Lógicamente, los ricos tienen más medios para adaptarse y mitigar los efectos dañinos del cambio climático. Ante los eventos extremos, poseen refrigeradores o calentadores, y pueden crear defensas contra las inundaciones que destruyen regiones enteras. Pero los pobres no tienen cómo defenderse. Sufren los daños de un problema que no han creado.

Fred Pierce, autor de El terremoto poblacional, escribió en el New Scientist de noviembre de 2009: «los 500 millones de los más ricos (7% de la población mundial) son responsables del 50% de las emisiones de gases productores de calentamiento, mientras que el 50% de los más pobres (3.400 millones de la población) son responsables de sólo el 7% de las emisiones.

Esta injusticia ecológica difícilmente pueden hacerla invisible como la otra, porque las señales están en todas partes, ni puede ser resuelta sólo por los ricos, pues es mundial y les afecta también a ellos. La solución debe nacer de la colaboración de todos de forma diferenciada: los ricos, por ser más responsables en el pasado y en el presente, deben contribuir mucho más con inversiones y con la transferencia de tecnologías, y los pobres tienen derecho a un desarrollo ecológicamente sostenible, que los saque de la miseria.

Seguramente no podemos descuidar las soluciones, pero ellas solas son insuficientes, pues la solución global remite a una cuestión previa: al paradigma de sociedad que se refleja en la dificultad de cambiar estilos de vida y hábitos de consumo. Precisamos de solidaridad universal, de responsabilidad colectiva y de cuidado de todo lo que vive y existe (no somos los únicos que vivimos en este planeta y usamos la biosfera). Es fundamental la conciencia de la interdependencia entre todos y de la unidad entre Tierra y humanidad.

¿Se puede pedir a las generaciones actuales que se rijan por tales valores si nunca antes han sido vividos globalmente? ¿Cómo operar este cambio que debe ser urgente y rápido?

Tal vez solamente después de una gran catástrofe que afligiera a millones y millones de personas se podría contar con este cambio radical, hasta por instinto de supervivencia. La metáfora que se me ocurre es ésta: si nuestro país fuera invadido y amenazado de destrucción por alguna fuerza externa, todos nos uniríamos más allá de las diferencias. Como en una economía de guerra, todos se mostrarían cooperativos y solidarios, y aceptarían renuncias y sacrificios a fin de salvar la patria y la vida. Hoy la patria es la vida y la Tierra amenazada. Tenemos que hacer todo para salvarlas.

miércoles, marzo 03, 2010

Chile: Dos terremotos, un tsunami y las replicas

Guillermo Sandoval
periodista chileno

Chile no sólo sufrió un terremoto, y un tsunami. También está siendo víctima de un terremoto moral. Pero también aflora algo mayor: el heroísmo y la solidaridad.

La madrugada del sábado último, a eso de las 3.35 hrs., la tierra empezó a moverse luego de fuertes ruidos subterráneos. Parecía no terminar jamás. Los que hemos vivido otros terremotos, especialmente los de 1960 y 1985, sentimos que éste era mucho más prolongado. Casi tres minutos. Y muy intenso. 8.8 grados. Algunos decían el sábado por la mañana que se había liberado 50 veces más energía que en el terremoto de Haití. Hillary Clinton, en visita express a Chile, dijo esta mañana que 800 veces. Expertos del Centro Nacional de Información de Terremotos del Servicio Geológico de los Estados Unidos hablaron de “megasismo” que liberó 50 gigatones de energía y fracturó 550 kilómetros de la zona de la falla. El terremoto de 1960 es el de mayor magnitud en la historia de la humanidad, y el actual se inscribe en la lista tan dolorosa como “top ten”. El quinto más importante, desde 1900.

Es claro: fue un infierno de casi tres minutos. Y lo sigue siendo mucho más prolongado para buena parte de los dos millones de damnificados que ha dejado esta catástrofe, especialmente para quienes perdieron algún familiar o alguien cercano, que forma parte de las casi 800 que hasta ahora suma la lista oficial de muertos confirmados. No menos penosa es la situación de los que buscan aún desaparecidos.

A cada instante se conoce alguna situación dramática. Una familiar de una chilena que murió en el tsunami de Tailandia, ahora veraneaba en Pichilemu junto a amigos que perdieron dos hijos menores en este tsunami. Un joven que perdió de manera trágica a su hermano, ahora su novia fue arrebatada por una gigantesca ola, en la isla Robinson Crusoe. Y van sumando. Familiares buscan a los suyos. Los medios de comunicación, en especial la radio, ayudan mucho. Se recogen datos. Buenos y malos. Pero se va conociendo.

Los paisajes resultan irreconocibles. En pequeños poblados costeros, donde habían cabañas de veraneo, camping, o viviendas de los pobladores locales, hoy sólo desolación. Ruinas esparcidas. Vehículos volcados y hasta es posible ver embarcaciones pesqueras instaladas, con sus características franjas amarillas, contrastando con el verde en medio de bosques. Imposible entenderlo.

Dos regiones, sin ser las únicas, son las más afectadas: del Maule y del Bío Bío. La primera esencialmente productora de vinos, frutas y productos asociados a la silvoagricultura, con un millón de habitantes y 7,7% de cesantía y un salario promedio de 500 dólares; la segunda con una industria forestal y pesquera muy desarrollada, donde también radican industrias como la petroquímica y, al interior, actividades silvo y agropecuarias. Tiene 2 millones de habitantes, una tasa de cesantía del 10,2%, y 600 dólares de salario promedio (a noviembre 2009). La capital del Maule, la ciudad de Talca, está a 200 kilómetros al sur de Santiago. Concepción, la capital del Bío Bío, a 500. (Chile tiene 16 millones de habitantes, más o menos)

Las viviendas dañadas, en primera instancia, se estiman en 500 mil. Si bien la mayor parte de las edificaciones resistió, hubo también edificaciones nuevas que fueron destruidas por el megasismo. En Concepción, hasta hoy trabajan equipo de rescate del Cuerpo de Bomberos (los mismos que fueron a hacer idéntica tarea en Haití) para tratar de recuperar con vida, en lo posible, a los residentes que aún permanecen atrapados.

Las autopistas, durante el terremoto ondeaban como océano. Algunos puentes cedieron. Otros están dañados y hay desniveles importantes, grietas o socavones, pero la mayoría resistió. Con todo, pasarán seis a ocho meses antes que nuevamente se alcance normalidad.

Puertos desde donde el alerta alcanzó a darse, los barcos arrancaron parte de las instalaciones al salir mar afuera, apresuraos, a capear el tsunami. El mar se metió por varias cuadras en diversos lugares. En ciudades y pueblos como Talcahuano, Constitución, Pelluhue e Iloca, fue más allá de las plazas, sembrando destrucción a su paso. La mayoría de los habitantes logró arrancar a cerros y partes altas. Pero muchos no alcanzaron por diversas razones, entre las que también aparece el apego a las pertenencias, o porque -siendo turistas- no tenían el entrenamiento para escapar de tsunamis.

Nuestro país tiene muy buenas estadísticas. Confiables. “también buenas malas estadísticas”, dice un amigo: las pérdidas materiales suman -según primeros cálculos- 30 mil millones de dólares. Es cierto que las grandes obras públicas concesionadas están aseguradas, pero miles de ciudadanos de a pié no tienen esos resguardos. Sus casas, sus enseres, lo que han logrado reunir en una vida de trabajo.

Chile, a lo largo de su historia, ha sido golpeado por muchas catástrofes de la naturaleza, que han ido templando el carácter de sus habitantes. Nada resulta fácil. Cuando no hay un terremoto, es una inundación o una sequía. Por lo mismo, el esfuerzo y la persistencia es algo característico, o una crisis económica foránea. O una interna. Pero siempre los chilenos estamos esforzándonos contra la adversidad. La minería es una tarea de mucho esfuerzo. La agricultura, de mucho riesgo climático. La ganadería -como envidiamos las praderas de nuestros hermanos argentinos- requiere de instalaciones tecnológicas avanzadas para aprovechar adecuadamente los pocos recursos. Nuestra viticultura precisa de riego por goteo, especialmente en los terrenos recuperados al desierto nortino. En el extremo austral, las condiciones climáticas son tremendamente adversas, pero allí hay chilenos produciendo, generando riqueza, ganándose la vida. Nada es fácil ni gratis.

Todo esto ha desarrollado en nuestro país también una cultura solidaria, que se expresa silenciosamente entre los pobres, mayormente. Ha sido característico de los chilenos condolerse, o dolerse-con. Pero tenemos actualmente atisbos de una cultura distinta (marcada por el individualismo y el exhibicionismo de la riqueza, especialmente la recién llegada) que comienza a mostrarse con alguna fuerza. Contra ella, siguiendo el ejemplo de San Alberto Hurtado, el recientemente fallecido padre Renato Poblete s.j., clamaba por austeridad.

Es que, claro, el exhibir la riqueza mientras muchos otros, aunque hayan progresado harto, están a “años luz” de los que más tienen, es algo muy violento. En este marco es que ocurren los injustificables actos de pillaje y saqueo a establecimientos comerciales, primero en Concepción y luego en otros sitios. Algunos buscaban alimentos urgentes. Pero rápidamente otros se llevaron equipos electrónicos y de línea blanca. Ya no es necesidad… es delito puro y simple, pero en el trasfondo -sin intentar justificar lo injustificable- puede haber algo de esa violencia que se sembró con la falta de austeridad, con el exhibicionismo de riqueza y que aflora como revancha en esta oportunidad. Nada lo justifica. Pero también habrá, en su momento, que indagar en las causas de una conducta tan extraña a lo que ha sido el alma nacional, y que ha obligado a llevar los militares a la calle, a reponer el orden público, cosa que no ocurría desde el régimen militar. Para quienes vivimos esa época, es un mal recuerdo ver el verde oliva de los trajes de combate en las calles.

Ese pillaje y saqueos, son un verdadero segundo terremoto, que se agrega al sismo y al tsunami. Es un terremoto moral que no debe dejarnos indiferentes.

Creo, en todo caso, que sobre aquello, es más fuerte la raigambre moral de los chilenos que se expresa en la solidaridad que es parte del alma de Chile. Esa misma que lleva a miles de jóvenes a salir a construir viviendas para los que la perdieron, a distribuir alimentos, a ofrecer atenciones de salud, a ayudar a los sufrientes. Y en todos aquellos que están prestos a ayudar.

A estos terremotos y tsunami, se agregan las réplicas o temblores de menor intensidad. Este terremoto -que por supuesto no se programa conforme al calendario político- se da en el contexto de un cambio de gobierno entre dos coaliciones de distinto signo. Y entonces mientras unos por disposición constitucional deben enfrentar la crisis, otros que deben encabezar pronto (el cambio de gobierno es el 11 de marzo) el proceso de reconstrucción se ponen nerviosos y quieren asumir ya sus roles. Ese afán produce roces, porque huele a intento de desalojo (algo que por demás fue en parte slogan de la reciente campaña política). No es bueno que ocurra esto. Chile es un país con apego a la ley y que se superponga un gobierno a otro -especialmente desde la perspectiva comunicacional- porque está al borde, o cruzando el borde de lo incorrecto. Tensionar las relaciones políticas de esta manera, sorda, puede determinar se entenderán en la próxima administración, donde el Ejecutivo no tendrá mayoría parlamentaria. El estilo, que se parece a las ofertas no amistosas de compra de acciones, puede ser propio de los negocios, pero no lo es de la política. Estas son réplicas que se pueden enturbiar nuestra historia próxima. Y pueden ser muy costosas para quienes hoy creen hacer un buen negocio.

Santiago, 2 de marzo de 2010