martes, agosto 11, 2009

Creación literaria

Frei Betto
religioso dominico

Como subraya Bertolomé Campos de Queiros, todo lo que existe -esta publicación, el ordenador, la silla en que me siento, la habitación en que me encuentro- fue fantasía en la mente humana antes de hacerse realidad. De ahí la fuerza de la literatura de ficción. También ella fue fantasía en la mente del autor y remite al lector a una realidad onírica que le permite encarar la vida con otros ojos. La fantasía impulsa todos nuestros gestos, actitudes y opciones.

La ficción funciona como un espejo que hace que el lector trascienda la situación en que se encuentra. El texto revela el contexto e impregna al lector de pretextos, de motivaciones que lo envuelven, aquel entusiasmo de que hablaban los griegos antiguos, estar poseído por los dioses, por energías anímicas que nos devuelven a lo mejor de nosotros mismos.

Toda ficción, narrativa o poética, es des-cubrimiento, revelación. Somos polifacéticos y, al leer, una de nuestras identidades emerge por fuerza del encantamiento suscitado por la quintaesencia de la obra de ficción: la estética. La literatura de ficción no tiene que ser de izquierda o de derecha. Tiene que ser bella. Hacer de la ficción un tablado de causas es aprisionarla en una camisa de fuerza, transformándola en un espejo que no refleja al lector, sino que refleja al autor y su proselitismo.

La ficción no tiene que ser comprometida, el escritor sí, tiene el deber ético de comprometerse con la defensa de los derechos humanos en este mundo tan conflictivo y desigual.

En el prólogo del evangelio de Juan, uno de los textos más poéticos de la Biblia, sólo comparable al Cantar de los Cantares, se dice que “el Verbo se hizo carne”. En el arte literario la carne -la creatividad del autor- se hace verbo Instaura la palabra, que organiza el caos.

En el Génesis, Yahvé crea el universo por el poder de la palabra. Él se hace palabra, manifestación que nos remite, como en la obra de ficción, a la trascendencia (el autor sobrepasa la cotidianidad o le imprime nuevo carácter), a la transparencia (el texto refleja lo que está contenido entrelíneas), a la profundización (la narrativa o el poema nos invita a algo más profundo de lo que percibimos en la superficie de la realidad).

Leer ficción es una experiencia extática -estar en sí y fuera de sí. Somos elevados a lo imaginario, inducidos a una experiencia de catarsis, oxigenando nuestra psiquis. La estética nos imprime un nuevo modo de encarar las cosas. Como recuerda Mario Benedetti, la literatura no cambia el mundo, pero sí cambia las personas. Y las personas cambian el mundo.

La estética literaria nos envía a lo no dicho, a la esfera del deseo, suscitándonos sueños, proyectos, utopías, del encuentro con el príncipe encantado (Blancanieves) al reencuentro amoroso con la opresiva figura del padre (La metamorfosis, de Kafka, y Labor arcaica, de Raduan Nassar). Como señala Aristóteles, la poética completa lo que le falta a la naturaleza y a la vida. El arte no se satisface con el estado fáctico del ser. Nos invita a la diferencia, a la desemejanza, a cambiarse. Suscitar en niños y en jóvenes el hábito de la lectura es librarlos de la vida anodina, superficial, fútil, y educarlos en el diálogo frecuente con personajes, relatos y símbolos (la poesía) que habrán de dilatar en ellos la virtud de la alteridad, de una relación más humana consigo mismo, con el prójimo, con la naturaleza y, quizás, con Dios. (Traducción de J.L. Burguet)