miércoles, septiembre 15, 2010

Otros opios para estos tiempos

José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la U. Complutense de Madrid

En los países de la Unión Europea el poder real continúa en manos de oligarquías y entidades financieras que manipulan los mercados mientras sostienen que son los mercados los que regulan los precios.

Muchos medios de comunicación están controlados por lobbies de presión e ideológicos para mantener esta sensación de inseguridad e incertidumbre. En un telediario o boletín de la radio, priman las noticias de catástrofes, terrorismo, sequías o inundaciones, o asesinatos en cualquier lugar del mundo. Después vienen los deportes contados en un tono épico que entusiasma (sentirse dioses) a seguidores, jugadores, árbitros y demás farándula que se mueven por cifras multimillonarias. Esta temporada están aquí, la próxima en otro equipo o en otro país. En los encuentros internacionales se abrazan y se besan, no por fair play ni por ser del mismo país o por hablar la misma lengua, sino porque han coincidido en muchos equipos. De la lengua es mejor no hablar porque, ganando esas millonadas, habitando mansiones en las que deben sentirse como pulpo en un garaje, sacan a pasear coches escandalosos y pasan su tiempo jugando a la Playstation o mirando videos repetidos. Muchos son analfabetos funcionales: saben leer pero no entienden ni son capaces de hacer un resumen de lo leído u oído, y, en cuanto a hacerse entender, no hay más que padecer esas entrevistas que les hacen. “Bueno, si, no, bueno, el míster, el equipo, es duro, tenemos que ganar”.

Esa especie de vulgarización permanente, de programaciones que destacan la zafiedad más ruda, los escándalos, chismes y fantasías que les gustan a su audiencia, para “evadirse”.

Basta con seguir la programación de las cadenas para obtener una radiografía de las mentes de quienes tienen que decidir con su voto los destinos de la nación y de instituciones que asemejan la Unión Europea a un paquidermo vacilante.

Durante décadas, en muchos de esos países han imperado gobiernos totalitarios que tenían secuestrados la libertad y los derechos fundamentales.

Hace más de cuarenta años que ha muerto en su cama el dictador de España; han desaparecido fascismos, nazismos y los regímenes soviéticos. La propaganda desde occidente quería mentalizar a la sociedad con los espantosos crímenes de esos regímenes que alardeaban de haber logrado los “paraísos” en la tierra. Mientras que se deslumbraba a los súbditos de esos países con las libertades, derechos, bienestar social y con participar democráticamente en todo lo concerniente al Estado.

Causa pavor constatar el desentendimiento de los ciudadanos ante los comicios electorales que influirán decisivamente en la vida, la justicia, la libertad y en el derecho a la búsqueda de la felicidad. No es de extrañar que los gobiernos insistan en la seguridad, en todas sus formas: educación, sanidad, pensiones, y viajes para la Tercera Edad.

No se trata de seguridad ni de paz si no son fruto de la justicia. Lo contrario es la “tranquilidad” que proviene de tranca. En los regímenes totalitarios, de derecha y de izquierda, los que sí había era seguridad.

¿Cómo se explica esta apatía de los ciudadanos antes sus derechos y responsabilidades en un Estado democráticos?

¿Cómo se explica la actitud que supone no participar en las tareas del Estado, o de las instituciones supranacionales?

En el mal ejemplo y catadura de los políticos, “sus representantes”. Pasadas las elecciones, no vuelven a pisar la demarcación por la que han sido elegidos. ¿Quién recuerda la rendición de cuentas a la ciudadanía de los elegidos para el Parlamento Europeo? ¿Qué ejemplo dan con la ausencia en los debates parlamentarios de la nación? ¿Cómo es posible mantener esta insoportable reyerta entre los partidos? Se puede comprender la confrontación durante las campañas electorales, pero una vez asentados los gobiernos autonómicos, los ayuntamientos y el gobierno de la nación, no cesan de descalificarse y de despellejarse unos a otros. Permítanme la confesión de mi experiencia personal, académica y periodística: dan la impresión de alegrarse con las malas noticias que les sirven para denostar al Gobierno. El aumento del paro, la bajada de la bolsa o de las pensiones, las reformas laborales, la crisis económica y hasta el sol o la lluvia. Como decía Aldo Moro, ¿Piove? ¡Porco governo!

Los lobbies financieros que controlan la economía de casino, los paraísos fiscales, el blanqueo del dinero del crimen organizado, el precio de las cosas acaparando o anegando los mercados; las oligarquías financieras que manipulan las elecciones, los gobiernos y la justicia son responsables de la apatía, del desencanto y la desesperanza que dominan a los ciudadanos europeos.

Por eso, ya que las ideologías religiosas o políticas no ofrecen refugio, utilizan a los medios de comunicación para el adormecimiento y el desarraigo de las audiencias, de los ciudadanos.

martes, julio 27, 2010

Jóvenes sin proyecto de vida

Antonio Saugar
Periodista

La crisis, los contratos basura, las prácticas y becas precarias... impiden a los jóvenes en España entrar de lleno en el mercado laboral, pero tampoco hacen grandes esfuerzos para salir de esta situación. Una encuesta de Metroscopia señala que el 54 por ciento de los españoles de entre 18 y 34 años afirma que no tiene proyectos por los que sentirse interesado. Han pasado su infancia y adolescencia en un ambiente de bonanza económica. Sus padres les han dado todo lo que pedían. En España, la edad media en la que los hijos abandonan el domicilio familiar se sitúa en los 34 años. Pero aumenta cada año por una crisis y el paro, que han obligado a muchos jóvenes a volver a casa de sus padres.

El hogar en el que vive un joven que no trabaja y que no estudia es una olla a presión, especialmente si acaba de entrar en la mayoría de edad. Aquellas normas que antes se cumplían en casa, ahora no hay manera de llevarlas a cabo.

El joven tiene 18 años y piensa que debe liberarse de esas ataduras. La casa paterna se convierte en una especie de hotel al que va a comer, dormir, a ver la televisión, conectarse a Internet...

El Sondeo de Opinión y Situación de la Gente Joven, elaborado por el Observatorio de la Juventud de España en 2008, indica que las principales preocupaciones sociales de los jóvenes son el paro, la vivienda, seguidos de los problemas económicos.

Respecto a qué consideran importante en la vida, el sondeo indica que la familia, la salud y los amigos son los que creen más importantes. Les siguen el trabajo y ganar dinero. Más abajo en el ranking se encuentran la sexualidad y los estudios. Religión y política están mucho más abajo.

Esta generación está compuesta por jóvenes inactivos que no sólo no trabajan, sino que no buscan empleo; por parados sin empleo anterior (nunca han trabajado); y por los que no cursan estudios ni reglados ni no oficiales.

Vivimos el nacimiento de una generación sin ilusiones, cuyos componentes están perdidos, sin horizontes, algo raro para quienes deben llevar las riendas dentro de unos años.

¿Se imaginan que una ley obligara a abandonar la casa paterna a los 18 años? Un ministro italiano hizo esta propuesta al principio de 2010. El objetivo: acabar con el hecho de que los hijos siguieran viviendo en la casa paterna más allá de los 30 años.

La propuesta se formuló tras conocerse una sentencia en la que obliga a un padre a continuar pagando la pensión alimenticia de su hija que, a los 32 años, continúa estudiando Filosofía, carrera que lleva 14 años cursando. Los compañeros de Gobierno del ministro rechazaron la medida.

En Madrid, más del 80% de los jóvenes madrileños de 15 a 24 años tiene como forma principal de ocio la fiesta nocturna, y señalan que les compensa salir toda la noche a pesar de los riesgos que esto pueda traerles, según señala el estudio Ocio y riesgos de los jóvenes madrileños, realizado por la Fundación Ayuda contra la Drogadicción (FAD), la Obra Social Caja Madrid y el Instituto de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid.

El informe indica que el 76% de estos jóvenes entiende la noche como aventura, y afirma que lo que le gusta es no saber qué va a pasar. Defienden el descontrol en las horas de ocio, un 64% asegura que desfasar es divertido; el 56% ciento dice que la prudencia arruina la diversión. El estudio señala otras conductas de riesgo al alza: relaciones sexuales con pareja no habitual sin preservativo, consumo excesivo de alcohol, conducir el coche con altos niveles de alcohol, consumo de drogas, peleas…

Las actividades preferidas de los jóvenes madrileños son estar con los amigo y escuchar música o la radio. Internet, la televisión e ir a bares o discotecas son las aficiones de un 40%. Sólo uno de cada cuatro dedica parte del fin de semana a estar con la familia. Algo falla en la ecuación cuando una gran mayoría considera a la familia lo más importante en la vida.

viernes, junio 18, 2010

Reflexiones del filosofo esloveno Zizek
La necesidad de cambio

Johari Gautier Carmona
escritor y periodista

En los últimos años, ciertos conceptos que antes podían causar interés y generar movimientos entusiastas para mejorar el sistema se han convertido en viejos fantasmas, ideas peligrosas que, ahora más que nunca, molestan por su inconformismo. Es el caso de los conceptos de verdad y revolución que ya no tienen el mismo sentido, pero también el de comunismo o la simple búsqueda de un sistema alternativo al capitalismo. El reconocido filósofo y psicoanalista esloveno, Slajov Zizek, indaga en estas cuestiones y pone de relieve la necesidad de un esfuerzo colectivo para mejorar y cambiar el sistema.

Fracaso y concepto de repetición

Si los países del bloque socialista eran diabólicos, Zizek subraya que lo que se ha instalado después es igual de diabólico o más. Los regímenes comunistas han quedado desacreditados porque han fallado con la consecución de sus principales objetivos. Ahora bien, los problemas generados por el sistema actual obligan a buscar nuevas soluciones. El calentamiento global, los vertidos de crudo (a los que EEUU responde de la manera más equivocada), la emergencia de biotecnologías que amenazan con la seguridad y la privacidad del ser humano, las nuevas formas de exclusión o la especulación desequilibrante son algunos de esos problemas que exigen una solución fuera del marco capitalista.

Según el filósofo esloveno, el fracaso del comunismo no puede explicar una total aceptación del capitalismo. Soluciones creativas y justas han de buscarse más allá de los límites impuestos por los actuales mecanismos económicos. Así pues, Slajov destaca la importancia de repetir el esfuerzo de mejora. Las grandes revoluciones y los grandes avances se logran gracias a la repetición y el deseo de un desarrollo continuo. Todo esto implica un cuestionamiento constante que Zizek ilustra con una de las más interesantes iniciativas de Lenin en 1922: la NEP (Nueva Política Económica). El líder ruso la presentó en su día como una retirada estratégica para volver a empezar y consolidar las bases. “Hay que repetir una y otra vez, desde el principio”, insiste el filósofo esloveno.

La revolución francesa también es una fuente de enseñanzas para el pensamiento crítico y la búsqueda de alternativas. Este evento inicialmente centrado en el país galo se convirtió en un acontecimiento universal al repetirse en Haití y otras islas de las Antillas francesas (Guadalupe y Martinica). Era la primera vez que los esclavos se rebelaban con la voluntad de ser mejores que los colonialistas y, para acabar con lo que consideraba un inaceptable precedente, Napoleón mandó a matarlos todos. Más de treinta mil soldados franceses llegaron a la isla caribeña y, al encontrarse con los rebeldes, se dieron cuenta de que cantaban el himno francés (la marsellesa) con tanto o incluso más orgullo que ellos mismos. Ese detalle les llevó a preguntarse si luchaban en el bando correcto y esa fue la primera gran derrota del ejército francés. La moral de quienes querían repetir y mejorar la historia se impuso con una victoria aplastante.

El cinismo de hoy y el deseo de creer en algo

Ante una notable desconexión entre el pueblo y la clase dirigente, Zizek clama que, en la actualidad, el pensamiento predominante es el cinismo. No creer en nada, distanciarse de los movimientos críticos está bien visto y es, incluso, marca de sensatez. El conformismo se impone de tal manera que los conservadores de hoy justifican su posición por sus antiguos actos de insubordinación y el desengaño consecuente. Así pues, los que alimentaron el movimiento de 68 con pancartas y manifestaciones son en gran mayoría los defensores del actual sistema consumista.

Sin embargo, el cinismo de hoy es aprendido, inculcado desde arriba, y Zizek subraya que siempre tenemos a una persona que piensa por nosotros. “Queremos seguir creyendo”, comenta él antes de describir el caso interesante de Santa Claus. Los padres no creen en él pero fingen que sí para que sus hijos también crean en él. Estas situaciones llevan a contradicciones enormes porque así es cómo se perpetúan cadenas de fingimientos que conducen a desilusiones y engaños masivos. En esta misma línea, una experiencia dolorosa es darse cuenta que una persona de nuestro entorno no cree en lo que hace o defiende a diario.

El cinismo convive con un deseo de creer en algo, así piensa Zizek. “Todos los cínicos tienen un secreto profundo, una creencia escondida que, para ellos, cuenta de verdad”, pronuncia él con contundencia para luego recalcar la necesidad de un cambio y de un compromiso. Lo queremos profundamente pero, por cuestiones externas, ideas prestadas o simple temor, lo disfrazamos de una ingenuidad cotidiana (que nos hace parecer más coherentes y puede ser legada de todos los mensajes de los grandes medios de comunicación). Para ilustrar esta última idea, Zizek pone el dedo sobre un tema interesante: el uso de la palabra “imposible” en los medios de comunicación. Si analizamos bien, comprobaremos que todo lo que se refiere al sistema económico y político actual es casi imposible cambiarlo. Los medios lo dan por hecho. Sin embargo, otras noticias como los viajes al espacio, la creación de maquinarias tecnológicas impresionantes, el cambio de sexo o la selección genética ya son moneda corriente en las noticias y demuestran que, para el ser humano, nada es imposible. Por eso, pregunta Zizek: ¿realmente es imposible revolucionar el sistema actual y cambiar las reglas del juego?

viernes, junio 11, 2010

La espiritualidad en la construcción de la paz

Leonardo Boff
Teólogo

Todos los factores y prácticas en los distintos sectores de la vida personal y social deben contribuir a la construcción de la paz tan ansiada en los días actuales. Los esfuerzos serían incompletos si no incluyésemos la perspectiva de la espiritualidad.

La espiritualidad es aquella dimensión en nosotros que responde a las preguntas últimas que acompañan siempre a nuestras búsquedas. ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Cuál es el sentido del universo? ¿Qué podemos esperar más allá de esta vida?

Las religiones suelen responder a estas inquietudes, pero ellas no tienen el monopolio de la espiritualidad. Ésta es un dato antropológico de base como la voluntad, el poder y la libido. Emerge cuando nos sentimos parte de un Todo mayor. Es más que la razón; es un sentimiento oceánico de que una Energía amorosa origina y sustenta el universo y a cada uno de nosotros.

En el proceso evolutivo del que venimos, irrumpió un día la conciencia humana. Hay un momento de esta conciencia en que ella se da cuenta de que las cosas no está lanzadas aleatoriamente ni yuxtapuestas, al azar, una al lado de la otra. Ella intuye que un «Hilo Conductor» pasa a través de ellas, las liga y las religa.

Las estrellas que nos fascinan en las noches cálidas del verano tropical, la selva amazónica en su majestad e inmensidad, los grandes ríos como el Amazonas, llamado con razón río-mar, la profusión de vida en los campos, el vocerío sinfónico de los pájaros en la selva virgen, la multiplicidad de las culturas y de los rostros humanos, el misterio de los ojos de un recién nacido, el milagro del amor entre dos personas que se quieren, todo eso nos revela cuán diverso y uno es nuestro mundo universo.

A este «Hilo Conductor» los seres humanos le han dado mil nombres, Tao, Shiva, Alá, Yahvé, Olorum y muchos más. Todo se resume en la palabra Dios. Cuando se pronuncia con reverencia este nombre algo se mueve dentro del cerebro y del corazón. Neurólogos y neurolingüistas han identificado el «punto Dios» en el cerebro. Es un punto que hace subir la frecuencia hertziana de las neuronas como si hubiesen recibido un impulso. Esto significa que en el proceso evolutivo surgió un órgano interior mediante el cual el ser humano capta la presencia de Dios dentro del universo. Evidentemente Dios no está solamente en este punto del cerebro, sino en toda la vida y en el universo entero. Sin embargo a partir de este punto quedamos habilitados para captarlo. Y todavía más, somos capaces de dialogar con Él, de elevarle nuestras súplicas, de rendirle homenaje y de agradecerle el don de la existencia. Otras veces no decimos nada. Silenciosos y contemplativos, lo sentimos solamente. Y entonces nuestro corazón se dilata a las dimensiones del universo y nos sentimos grandes como Dios o percibimos que Dios se hace pequeño como nosotros. Se trata de una experiencia de no-dualidad, de inmersión en el misterio sin nombre, de una fusión de la amada y el Amado.

Espiritualidad no es solamente saber, sino principalmente poder sentir las dimensiones de lo humano radical. El efecto es una profunda y suave paz, que viene de lo Profundo.

La humanidad necesita con urgencia esta paz espiritual. Ella es la fuente secreta que alimenta a la humanidad en todas sus formas. Irrumpe desde dentro, irradia en todas las direcciones, eleva la calidad de las relaciones y toca el corazón de las personas de buena voluntad. Esa paz esta hecha de reverencia, de respeto, de tolerancia, de comprensión benevolente de las limitaciones de los otros, y de la acogida del Misterio del mundo. Ella alimenta el amor, el cuidado, la voluntad de acoger y de ser acogido, de comprender y de ser comprendido, de perdonar y de ser perdonado.

En un mundo perturbado como el nuestro, nada hay de más sensato y noble que anclar nuestra búsqueda de la paz en esta dimensión espiritual.

Entonces la paz podrá florecer en la Madre Tierra, en la inmensa comunidad de la vida, en las relaciones entre las culturas y los pueblos, y aquietará el corazón humano cansado de tanto buscar.

miércoles, marzo 24, 2010

Mons. Romero: su presencia, compromiso y testimonio como referencia en la actual situación

+ Mons. Oscar Arnulfo Romero
Arzobispo de San Salvador

La dimensión socio-política de su presencia,
compromiso y testimonio, como referencia en la
actual situación de nuestros pueblos*


Luis Enrique Marius

En una sana costumbre que continúo practicando, cuando voy a conocer a una persona, trato de conocer antes algo de su historia por fuentes confiables, tener algunas referencias no tanto en lo que piensa, sino fundamentalmente en lo que hace.

A inicios del año 1978, tuve la oportunidad de reunirme por más de dos horas, en la Casa Arzobispal de San Salvador con Mons. Oscar Romero.

Las referencias me hablaban de un pastor que fue sorprendido con su designación, muy cauto y reservado, hasta podríamos decir temeroso. Me lo definieron como algo conservador, humilde y de una profunda vida espiritual.

Esas mismas referencias me contaron de su amistad con el Padre Rutilio Grande, y el enorme impacto que le había producido, su cobarde y brutal asesinato hacia algo menos de un año.

Le conocí en la etapa más dura de su responsabilidad pastoral.

Me encontré con un hombre que el poeta argentino Atahualpa Yupanqui define como “los que ponen el gesto delante de la palabra”.

Me produjo dos sensaciones que naturalmente se complementan en las personas que no “observan”, sino que “viven” su realidad.

Por una parte, perplejidad y angustia al constatar tanto odio y maldad presentes en el corazón de muchos de sus compatriotas, que los llevaban a cometer atrocidades en desmedro de personas inocentes por el simple hecho de discrepar por ideas e intereses diferentes; y por otra, la responsabilidad que sentía como pastor, de ser voz de los que no la tienen, y asumir la doble dimensión de su compromiso cristiano en denunciar y anunciar, encarnar las angustias de los más excluidos, marginados y perseguidos, y sembrar la esperanza en la justicia y el amor.
Fui a encontrarle buscando respuestas y me retiré con más interrogantes.

Compartimos informaciones y análisis sobre las causas, pero especialmente, como enfrentar las consecuencias de esa polarización que arrastraba y devoraba a todo un pueblo hacia una cultura de la violencia y la muerte.

El Salvador, al igual que varios países de nuestra Patria Grande Latinoamericana, había caído en una espiral de violencia que lo hundía cada vez más, impidiendo toda forma de diálogo y racionalidad.

En mis notas registré algunas frases claves de Mons. Romero:

“Con los mismos argumentos, militares y guerrilleros, autojustifican las monstruosidades que cometen…
Como en la tragedia griega, vamos hacia el precipicio cantando tonadas de guerra… Cuantos errores habremos cometido para tener que pagar este precio!...
Cual ha sido nuestra omisión, para que sean tan pocos los dirigentes que no hayan perdido la fé y crean en nuestra esperanza”.

Fue la primera y única vez que pude verlo personalmente y me causó una muy grata impresión. Entre las referencias que tenía y el encuentro que vivimos, me sorprendió conocer a un pastor que sin mucha retórica, se había convertido y comprometido con su pueblo, con los más sufridos, excluidos y reprimidos, con una gran dosis de entrega y sacrificio, y un gran equilibrio entre la denuncia y el anuncio. Verdaderamente, “un signo de contradicción”, como deberíamos serlo todos los cristianos.

Unos años más tarde, luego del lamentable asesinato de Mons. Romero, y resonando en mis oídos ese encuentro, me reuní nuevamente con el Arzobispo de San Salvador, que en esa oportunidad era, el ya fallecido Mons. Rivera y Damas, quien había sucedido a Mons. Romero. Estábamos en el jardín de su residencia y a su lado un niño de no más de 4 años le tenía de la mano. Hablábamos de la violencia, que aunque de menor intensidad, aún se mantenía. Compartíamos la preocupación tanto por erradicar las causas, como de asumir y restañar las heridas que aún no habían cicatrizado. Recuerdo que acariciando la cabecita del niño que tenía a su lado, me dijo: “él vio como un grupo de militares asesinaban a su padre, madre y hermano…quedó sólo… ¿qué podremos hacer para borrar eso de su corazón?... pasarán algunas generaciones antes de lograrlo.”

El Salvador se situaba, al igual que la gran mayoría de los países centroamericanos, no ya en el “círculo de fuego” como se le denomina a esa región por la presencia y acción de los volcanes, sino en el “circulo de la muerte” generada por ideologismos que hicieron y aún hacen de la violencia un instrumento privilegiado de acción política para imponer sus intereses particulares.

En Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua, viví la persecución y asesinato de muchos compañeros y amigos, por el único delito de no aceptar “etiquetas prefabricadas”, ni “alineamientos” en función de intereses que no eran los de los trabajadores y nuestros pueblos. Más que la violencia, me rebelaba la impotencia ante la impunidad y el abandono que sufren y aún sufrimos, dirigentes y militantes sociales o políticos, cuando no existe referente legal alguno a quién recurrir en esas situaciones.

Recuerdo que en esa misma época, un gran amigo y hermano entregó su tesis de doctorado en desarrollo en la Universidad de Lovaina, donde asumía toda esta problemática y llegaba a una muy grave conclusión: las resultantes de la presencia e incidencia militar en Latinoamérica y la respuesta armada de algunos sectores, confluían en las mismas y nefastas consecuencias: la de haberse autojustificado unas a otras, y ambas, ser las responsables de una postergación por más de dos décadas, de condiciones mínimas de desarrollo en nuestros pueblos. Generó un hecho insólito: le rechazaron la tesis y debió denunciar académicamente a los profesores y ante un tribunal especial, le reconocieron su tesis, y especialmente, el derecho a discrepar de lo que era una “versión oficial”.

En ese contexto, no sólo se generalizan y polarizan las opciones, que hacen difícil el desarrollo y aplicación de claros criterios de discernimiento, sino que las “etiquetas” no sólo se colocaban a otros a partir de sus opciones, sino que también sirvieron para intentar, por lo menos, autojustificar las propias, y muchas veces, esconder la cobardía por no asumirlas.

Quienes hacen el esfuerzo, no por mantenerse al margen de las realidades, sino de vivir con coherencia el pensamiento y el compromiso asumido, sufren al igual que Mons. Romero, el “etiquetado” que quiere justificar lo injustificable.

Regularmente, y es muy enriquecedor y saludable que lo hagamos, los cristianos nos reunimos para orar. Deberíamos reflexionar si lo hacemos sólo para pedir, o también para agradecerle al Señor todo lo que nos ha dado. Aún más importante sería reflexionar sobre qué hemos hecho con lo que Él nos ha dado. La vida, la salud, la posibilidad de construir una familia, el amor que nos permite compartir fraternalmente la realidad y el futuro, la solidaridad que nos hermana.

Debería ser obligante para cada cristiano reflexionar, cada cierto tiempo sobre estos dones maravillosos que no nos vienen de la nada, y muchas veces ni siquiera merecemos.

Y quienes, por méritos o gratuidad de los hermanos debimos o tenemos que asumir responsabilidades para motivar, orientar o impulsar obras o movimientos, deberíamos reflexionar si somos efectiva y coherentemente cristianos. Si somos como la Morenita del Tepeyac (María de Guadalupe) “signos de contradicción” en nuestras sociedades, o si por el contrario justificamos por error u omisión, la injusticia y la falta de verdad y esperanza que nos rodea.

A finales del pasado año, un momento aprovechado para muchos mensajes tan edulcorados como vacíos o superficiales, recibí un análisis que me impactó, el mismo decía:

“Si pudiésemos reducir la población de la tierra a una pequeña aldea de 100 habitantes, y aplicáramos las proporciones de la actualidad, tendríamos: 57 asiáticos, 21 europeos, 8 africanos y 4 americanos; 52 mujeres y 48 hombres; 30 blancos y 70 no blancos; 30 cristianos y 70 no cristianos; 11 homosexuales y 89 normales; 6 personas tendrían el 59% de la riqueza y esos 6 serían norteamericanos. De las 100 personas, 80 vivirían en condiciones subhumanas, 70 no sabrían leer, 50 tendrían desnutrición, 1 estaría a punto de morir y 1 bebe estaría a punto de nacer, sólo 1 tendría formación universitaria y habría una sola computadora”.

Quien se precie de ser una persona responsable, y además, se considere o intente vivir como un cristiano, debería sacudirse como en un terremoto y cuestionarse profundamente. O no sería tan responsable y menos aún cristiano.

Pero si nos introducimos en la realidad particular Latinoamericana, y constatamos que durante los últimos 30 años, los Presidentes de nuestras Repúblicas, en un 87% se autodefinían como cristianos y además, decían ser egresados de Universidades Católicas, entonces la reflexión se nos complica.

Siempre tenemos la tendencia o mala costumbre, ante cualquier problema o situación negativa, de ponernos a buscar a alguien para adjudicarle la responsabilidad. Hablando políticamente, algunos en ciertas épocas le echábamos la culpa de las injusticias que vivimos a los comunistas, otros, ahora y siempre le echan la culpa al imperio yanqui. ¿Y nosotros?

¿Cómo podemos justificar que durante los 30 años de mayor crecimiento económico en Latinoamérica, se haya aumentado la injusta distribución de la riqueza?

¿Qué hemos hecho como cristianos para que la solidaridad no se agote en las moneditas que dejamos los domingos en las alcancías de nuestras iglesias?

¿Ante la violencia que afecta a nuestras sociedades, nos hemos encerrado en nuestras casas o reflexionamos y compartimos que sin justicia no es posible la paz, que sin un compromiso solidario no podemos construir un futuro mejor para nuestros pueblos?

¿Hemos estado a espaldas o huyendo de la realidad, o la hemos enfrentado, comunitaria y cristianamente para asumirla y resolverla?

Pasa el tiempo, y él nos ayuda a verificar la validez o inconveniencia de las actitudes que asumimos, como personas y como pueblos. No somos ni queremos o debemos convertirnos en jueces, fuera del contexto o de las condiciones que viven las personas.

Para los que intentaron en el momento histórico de Mons. Romero, mantenerse fuera de la confrontación y callaron lo que debían haber denunciado, protegiendo sus intereses, Mons. Romero, en el mejor de los casos había sido utilizado como instrumento de radicalización.

Para quienes deseaban que Mons. Romero se alineara en abierta confrontación contra el régimen, afirmaban que era manipulado por sectores conservadores de la Iglesia y los grupos económicos.

Y ante este tipo de actitudes, ni antes ni ahora, existen vacunas para evitarlo, y nadie está libre de contagiarse, ni siquiera dignatarios eclesiásticos.

Además de la falta de justificación para estas afirmaciones, está claramente demostrado que Mons. Romero no era un “oligarca”, su familia provenía de la clase media-baja de El Salvador y vivían austeramente. Hay quienes afirman que tanto en el Seminario como en su actividad parroquial, había encontrado algunas resistencias por su comportamiento algo conservador.

El asesinato del Padre Rutilio Grande, otro martir, lo sacudió profundamente.

La frase “no podemos callar”, me la repitió varias veces durante mi visita, y en ningún momento me pareció una persona que podía ser manipulada.

El gran secreto de un cristiano que se precie como tal, es el “encuentro con el Señor”.

En algún momento de nuestra vida lo descubrimos, lo encontramos. Él siempre está frente a nosotros, se nos manifiesta de miles maneras, se personifica en muchas de las personas que nos rodean.

Somos libres de buscarlo, de descubrirlo, de encontrarlo y especialmente, de asumirlo.

Desde ese momento, somos naturalmente “signos de contradicción”.

De la misma forma que rechazo a considerar que Latinoamérica es un continente con mayoría de cristianos (otra cosa es que haya una mayoría de bautizados), y que con pesar conozco a muchos autoproclamados cristianos y hasta dignatarios eclesiásticos que parecería que aún no se han encontrado con el Señor, estoy convencido que en Rutilio Grande, Oscar Romero encontró al Señor, se convirtió en un “signo de contradicción”, y lo fue como el Señor, totalmente y hasta su martirio.

Hoy rememoramos el martirio de un hombre, un pastor, que consciente del riesgo que corría, no tuvo temor en decir y hacer lo que debía.

Mi mejor recuerdo y homenaje es que en nuestro lugar y en nuestro momento, yo le pido al Señor, la gracia de poder hacer lo que él hizo, no para que nos alaben hoy o en la distancia, sino como coherencia de un compromiso asumido por amor a nuestro pueblo, como él lo hizo con el pueblo que el Señor le había confiado.

Estoy seguro que hoy nos acompaña y nos anima, para que su ejemplo sirva de especial referencia a nuestro compromiso, ante la realidad que debemos asumir, o que ya estamos asumiendo.

Muchas Gracias.

* Ponencia en la Conferencia del C.O.R. (Lima-Perú), con ocasión del 30º Aniversario del martirio de Mons. Oscar Arnulfo Romero.

(1) Uruguayo, viudo con 5 hijos (uno de ellos sacerdote), fue dirigente de la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT) de 1977 al 2004, Director General de la Fundación ILACDE, Miembro del Consejo Directivo de la UTAL (Universidad de los Trabajadores de América Latina) y Presidente de la CLADEHLT. Fué ponente en el Sínodo de los Obispos sobre la Misión del Laicado en el Mundo del Trabajo, y en el Acto Central por el Centenario de la Encíclica Rerum Novarum (Vaticano). Es Director General del CELADIC (Centro Latinoamericano para el Desarrollo, la Integración y Cooperación), Asesor del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) y miembro del Observatorio Pastoral del CELAM.

viernes, marzo 19, 2010

Justicia social - Justicia ecológica

Leonardo Boff
teólogo

Entre los muchos problemas que azotan a la humanidad, dos son de especial gravedad: la injusticia social y la injusticia ecológica. Ambos deben ser abordados conjuntamente si queremos poner en ruta segura a la humanidad y al planeta Tierra.

La injusticia social es cosa antigua, derivada del modelo económico que, además de saquear la naturaleza, genera más pobreza de la que puede manejar y superar. Implica gran acumulación de bienes y servicios por un lado, a costa de clamorosa pobreza y miseria, por el otro. Los datos hablan por sí mismos: hay mil millones de personas que viven al límite de la supervivencia con sólo un dólar al día, y 2.600 millones de personas (40% de la humanidad) que vive con menos de dos dólares diarios. Las consecuencias son perversas. Basta citar un hecho: existen de 350 a 500 millones de casos de malaria, con un millón de víctimas anuales, evitables.

Esta anti-realidad se ha mantenido invisible durante mucho tiempo para ocultar el fracaso del modelo económico capitalista, hecho para crear riqueza para unos pocos y no bienestar para la humanidad.

La segunda injusticia, la ecológica, está ligada a la primera. La devastación de la naturaleza y el actual calentamiento planetario afectan a todos los países, no respetando los límites nacionales ni los niveles de riqueza o de pobreza. Lógicamente, los ricos tienen más medios para adaptarse y mitigar los efectos dañinos del cambio climático. Ante los eventos extremos, poseen refrigeradores o calentadores, y pueden crear defensas contra las inundaciones que destruyen regiones enteras. Pero los pobres no tienen cómo defenderse. Sufren los daños de un problema que no han creado.

Fred Pierce, autor de El terremoto poblacional, escribió en el New Scientist de noviembre de 2009: «los 500 millones de los más ricos (7% de la población mundial) son responsables del 50% de las emisiones de gases productores de calentamiento, mientras que el 50% de los más pobres (3.400 millones de la población) son responsables de sólo el 7% de las emisiones.

Esta injusticia ecológica difícilmente pueden hacerla invisible como la otra, porque las señales están en todas partes, ni puede ser resuelta sólo por los ricos, pues es mundial y les afecta también a ellos. La solución debe nacer de la colaboración de todos de forma diferenciada: los ricos, por ser más responsables en el pasado y en el presente, deben contribuir mucho más con inversiones y con la transferencia de tecnologías, y los pobres tienen derecho a un desarrollo ecológicamente sostenible, que los saque de la miseria.

Seguramente no podemos descuidar las soluciones, pero ellas solas son insuficientes, pues la solución global remite a una cuestión previa: al paradigma de sociedad que se refleja en la dificultad de cambiar estilos de vida y hábitos de consumo. Precisamos de solidaridad universal, de responsabilidad colectiva y de cuidado de todo lo que vive y existe (no somos los únicos que vivimos en este planeta y usamos la biosfera). Es fundamental la conciencia de la interdependencia entre todos y de la unidad entre Tierra y humanidad.

¿Se puede pedir a las generaciones actuales que se rijan por tales valores si nunca antes han sido vividos globalmente? ¿Cómo operar este cambio que debe ser urgente y rápido?

Tal vez solamente después de una gran catástrofe que afligiera a millones y millones de personas se podría contar con este cambio radical, hasta por instinto de supervivencia. La metáfora que se me ocurre es ésta: si nuestro país fuera invadido y amenazado de destrucción por alguna fuerza externa, todos nos uniríamos más allá de las diferencias. Como en una economía de guerra, todos se mostrarían cooperativos y solidarios, y aceptarían renuncias y sacrificios a fin de salvar la patria y la vida. Hoy la patria es la vida y la Tierra amenazada. Tenemos que hacer todo para salvarlas.

miércoles, marzo 03, 2010

Chile: Dos terremotos, un tsunami y las replicas

Guillermo Sandoval
periodista chileno

Chile no sólo sufrió un terremoto, y un tsunami. También está siendo víctima de un terremoto moral. Pero también aflora algo mayor: el heroísmo y la solidaridad.

La madrugada del sábado último, a eso de las 3.35 hrs., la tierra empezó a moverse luego de fuertes ruidos subterráneos. Parecía no terminar jamás. Los que hemos vivido otros terremotos, especialmente los de 1960 y 1985, sentimos que éste era mucho más prolongado. Casi tres minutos. Y muy intenso. 8.8 grados. Algunos decían el sábado por la mañana que se había liberado 50 veces más energía que en el terremoto de Haití. Hillary Clinton, en visita express a Chile, dijo esta mañana que 800 veces. Expertos del Centro Nacional de Información de Terremotos del Servicio Geológico de los Estados Unidos hablaron de “megasismo” que liberó 50 gigatones de energía y fracturó 550 kilómetros de la zona de la falla. El terremoto de 1960 es el de mayor magnitud en la historia de la humanidad, y el actual se inscribe en la lista tan dolorosa como “top ten”. El quinto más importante, desde 1900.

Es claro: fue un infierno de casi tres minutos. Y lo sigue siendo mucho más prolongado para buena parte de los dos millones de damnificados que ha dejado esta catástrofe, especialmente para quienes perdieron algún familiar o alguien cercano, que forma parte de las casi 800 que hasta ahora suma la lista oficial de muertos confirmados. No menos penosa es la situación de los que buscan aún desaparecidos.

A cada instante se conoce alguna situación dramática. Una familiar de una chilena que murió en el tsunami de Tailandia, ahora veraneaba en Pichilemu junto a amigos que perdieron dos hijos menores en este tsunami. Un joven que perdió de manera trágica a su hermano, ahora su novia fue arrebatada por una gigantesca ola, en la isla Robinson Crusoe. Y van sumando. Familiares buscan a los suyos. Los medios de comunicación, en especial la radio, ayudan mucho. Se recogen datos. Buenos y malos. Pero se va conociendo.

Los paisajes resultan irreconocibles. En pequeños poblados costeros, donde habían cabañas de veraneo, camping, o viviendas de los pobladores locales, hoy sólo desolación. Ruinas esparcidas. Vehículos volcados y hasta es posible ver embarcaciones pesqueras instaladas, con sus características franjas amarillas, contrastando con el verde en medio de bosques. Imposible entenderlo.

Dos regiones, sin ser las únicas, son las más afectadas: del Maule y del Bío Bío. La primera esencialmente productora de vinos, frutas y productos asociados a la silvoagricultura, con un millón de habitantes y 7,7% de cesantía y un salario promedio de 500 dólares; la segunda con una industria forestal y pesquera muy desarrollada, donde también radican industrias como la petroquímica y, al interior, actividades silvo y agropecuarias. Tiene 2 millones de habitantes, una tasa de cesantía del 10,2%, y 600 dólares de salario promedio (a noviembre 2009). La capital del Maule, la ciudad de Talca, está a 200 kilómetros al sur de Santiago. Concepción, la capital del Bío Bío, a 500. (Chile tiene 16 millones de habitantes, más o menos)

Las viviendas dañadas, en primera instancia, se estiman en 500 mil. Si bien la mayor parte de las edificaciones resistió, hubo también edificaciones nuevas que fueron destruidas por el megasismo. En Concepción, hasta hoy trabajan equipo de rescate del Cuerpo de Bomberos (los mismos que fueron a hacer idéntica tarea en Haití) para tratar de recuperar con vida, en lo posible, a los residentes que aún permanecen atrapados.

Las autopistas, durante el terremoto ondeaban como océano. Algunos puentes cedieron. Otros están dañados y hay desniveles importantes, grietas o socavones, pero la mayoría resistió. Con todo, pasarán seis a ocho meses antes que nuevamente se alcance normalidad.

Puertos desde donde el alerta alcanzó a darse, los barcos arrancaron parte de las instalaciones al salir mar afuera, apresuraos, a capear el tsunami. El mar se metió por varias cuadras en diversos lugares. En ciudades y pueblos como Talcahuano, Constitución, Pelluhue e Iloca, fue más allá de las plazas, sembrando destrucción a su paso. La mayoría de los habitantes logró arrancar a cerros y partes altas. Pero muchos no alcanzaron por diversas razones, entre las que también aparece el apego a las pertenencias, o porque -siendo turistas- no tenían el entrenamiento para escapar de tsunamis.

Nuestro país tiene muy buenas estadísticas. Confiables. “también buenas malas estadísticas”, dice un amigo: las pérdidas materiales suman -según primeros cálculos- 30 mil millones de dólares. Es cierto que las grandes obras públicas concesionadas están aseguradas, pero miles de ciudadanos de a pié no tienen esos resguardos. Sus casas, sus enseres, lo que han logrado reunir en una vida de trabajo.

Chile, a lo largo de su historia, ha sido golpeado por muchas catástrofes de la naturaleza, que han ido templando el carácter de sus habitantes. Nada resulta fácil. Cuando no hay un terremoto, es una inundación o una sequía. Por lo mismo, el esfuerzo y la persistencia es algo característico, o una crisis económica foránea. O una interna. Pero siempre los chilenos estamos esforzándonos contra la adversidad. La minería es una tarea de mucho esfuerzo. La agricultura, de mucho riesgo climático. La ganadería -como envidiamos las praderas de nuestros hermanos argentinos- requiere de instalaciones tecnológicas avanzadas para aprovechar adecuadamente los pocos recursos. Nuestra viticultura precisa de riego por goteo, especialmente en los terrenos recuperados al desierto nortino. En el extremo austral, las condiciones climáticas son tremendamente adversas, pero allí hay chilenos produciendo, generando riqueza, ganándose la vida. Nada es fácil ni gratis.

Todo esto ha desarrollado en nuestro país también una cultura solidaria, que se expresa silenciosamente entre los pobres, mayormente. Ha sido característico de los chilenos condolerse, o dolerse-con. Pero tenemos actualmente atisbos de una cultura distinta (marcada por el individualismo y el exhibicionismo de la riqueza, especialmente la recién llegada) que comienza a mostrarse con alguna fuerza. Contra ella, siguiendo el ejemplo de San Alberto Hurtado, el recientemente fallecido padre Renato Poblete s.j., clamaba por austeridad.

Es que, claro, el exhibir la riqueza mientras muchos otros, aunque hayan progresado harto, están a “años luz” de los que más tienen, es algo muy violento. En este marco es que ocurren los injustificables actos de pillaje y saqueo a establecimientos comerciales, primero en Concepción y luego en otros sitios. Algunos buscaban alimentos urgentes. Pero rápidamente otros se llevaron equipos electrónicos y de línea blanca. Ya no es necesidad… es delito puro y simple, pero en el trasfondo -sin intentar justificar lo injustificable- puede haber algo de esa violencia que se sembró con la falta de austeridad, con el exhibicionismo de riqueza y que aflora como revancha en esta oportunidad. Nada lo justifica. Pero también habrá, en su momento, que indagar en las causas de una conducta tan extraña a lo que ha sido el alma nacional, y que ha obligado a llevar los militares a la calle, a reponer el orden público, cosa que no ocurría desde el régimen militar. Para quienes vivimos esa época, es un mal recuerdo ver el verde oliva de los trajes de combate en las calles.

Ese pillaje y saqueos, son un verdadero segundo terremoto, que se agrega al sismo y al tsunami. Es un terremoto moral que no debe dejarnos indiferentes.

Creo, en todo caso, que sobre aquello, es más fuerte la raigambre moral de los chilenos que se expresa en la solidaridad que es parte del alma de Chile. Esa misma que lleva a miles de jóvenes a salir a construir viviendas para los que la perdieron, a distribuir alimentos, a ofrecer atenciones de salud, a ayudar a los sufrientes. Y en todos aquellos que están prestos a ayudar.

A estos terremotos y tsunami, se agregan las réplicas o temblores de menor intensidad. Este terremoto -que por supuesto no se programa conforme al calendario político- se da en el contexto de un cambio de gobierno entre dos coaliciones de distinto signo. Y entonces mientras unos por disposición constitucional deben enfrentar la crisis, otros que deben encabezar pronto (el cambio de gobierno es el 11 de marzo) el proceso de reconstrucción se ponen nerviosos y quieren asumir ya sus roles. Ese afán produce roces, porque huele a intento de desalojo (algo que por demás fue en parte slogan de la reciente campaña política). No es bueno que ocurra esto. Chile es un país con apego a la ley y que se superponga un gobierno a otro -especialmente desde la perspectiva comunicacional- porque está al borde, o cruzando el borde de lo incorrecto. Tensionar las relaciones políticas de esta manera, sorda, puede determinar se entenderán en la próxima administración, donde el Ejecutivo no tendrá mayoría parlamentaria. El estilo, que se parece a las ofertas no amistosas de compra de acciones, puede ser propio de los negocios, pero no lo es de la política. Estas son réplicas que se pueden enturbiar nuestra historia próxima. Y pueden ser muy costosas para quienes hoy creen hacer un buen negocio.

Santiago, 2 de marzo de 2010

viernes, febrero 19, 2010

Catástrofes y similitudes

Abdeslam Baraka
Ex Ministro y ex embajador

de Marruecos

Haití e Irak han sufrido hecatombes de dimensiones apocalípticas. El primero lo fue por causas naturales, el segundo por causas humanas. El efecto sobre el Estado y la población es idéntico y el dolor de las víctimas inocentes es el mismo, aunque las causas sean diferentes.

Dos países diezmados, que apelan a la ayuda y reconstrucción, destruidos, los dos, a nivel de la estructura de Estado, de infraestructuras y de su propia alma nacional. De la noche a la mañana, desaparecen las administraciones, los archivos de jubilación, de impuestos, de antecedentes delictivos y de propiedad; como si tuviesen que nacer de nuevo.

Según la encuesta de Research Business, las muertes violentas como consecuencia del conflicto de Irak se elevarían, en agosto del 2007, a 1.033.000. En el caso de Haití, las víctimas mortales del sismo se sitúan entre 150.000 y 200.000, conforme a las estimaciones de la fuerza especial de Estados Unidos desplegada en el país. En los dos casos, las personas afectadas se cuentan por millones, sin contar con el dolor, que no cabe ni en cifras ni en fajos de billetes de dólares.

Hasta donde sabemos, los sismos y las armas de destrucción masiva pueden causar efectos similares en bienes y vidas humanas. Por lo tanto, nuestra vindicación ante tales amenazas debe ser tan clara como contundente: Previsibilidad, Solidaridad y Responsabilidad.

La historia, nos ha enseñado -salvo a los que no quieren recordar- que lo que pensamos que es nuestra realidad se puede transformar en ficción y que el poder que pensamos tener se puede esfumar en pocos segundos. ¡Cuánta riqueza se ha diluido en la última crisis financiera y cuantos países se han visto al borde de la bancarrota o continúan estándolo!

Dediquemos unos segundos al recuerdo de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, a los conflictos mundiales del siglo XX, a las guerras coloniales o civiles entre hermanos de la misma patria, a la ola destructiva del tsunami, a la tragedia, sin fin, de Afganistán, a la horrible matanza del 11-S, a la del 11-M, a los trenes de Londres, a la última masacre en Gaza (Palestina) y a tantas catástrofes de la historia de la humanidad, sin olvidar el conmovedor Holocausto. No importa cómo nos venden nuestras penas ni cómo las justifican; no importan las causas; el hecho es que nuestros males son nuestros, los de la humanidad, y que nadie puede decir que de esta agua no bebo.

Tampoco podemos olvidar el cinismo de ciertos medios y sectores que veían en la destrucción de Irak la ocasión de oro para participar en las ya famosas e inútiles “conferencias para la reconstrucción” y obtener contratos millonarios; argumento que llegó a ser el mascarón de proa de ciertos políticos, para tratar de convencer a sus opiniones públicas de la necesidad de participar en la agresión bélica e ilegítima a ese país. “Let's do Business”, decía uno de ellos, prácticamente, sobre los cuerpos de miles de víctimas calcinadas.

Pretendemos vivir bajo el amparo de Estados de derecho “modernos”, tecnológicamente dotados y económicamente sostenidos por los recursos y producciones individuales y colectivas, sean naturales o impositivos. Esos Estados tienen la obligación de garantizar un mínimo de previsibilidad y capacidad de reacción frente a la adversidad, antes de desplegar balances de “realizaciones”, que serían las primeras en ceder ante cualquier fuerza destructiva.

A todos nos parece que el marco actual de Naciones Unidas no responde a nuestras preocupaciones, pero seguimos organizando solemnes y costosas asambleas generales, profiriendo discursos que nadie retiene y anunciando intenciones que nadie sostiene. Sabemos de las dificultades de reformar tal organismo y es sobradamente conocida su incapacidad de prevenir y resolver los conflictos. Pero desde ya, se le puede reforzar y darle vida, apoyando, al menos, su capacidad de coordinación y de intervención humanitaria ante cualquier situación de catástrofe, sea natural o de guerra.

Estoy convencido de que la tragedia de Haití no hubiese tenido la misma respuesta de la comunidad internacional si no fuese porque los gobiernos poderosos del mundo se sintieran avergonzados por no reaccionar con la misma celeridad y contundencia ante la catástrofe natural de ese país como lo hicieron frente a la reciente crisis financiera. Aunque queda por averiguar si todas la promesas de contribución serán cumplidas.

Cuando es la naturaleza quien nos vence, nos resignamos ante una voluntad superior y cuando es el poderío bélico el que vence, nos inclinamos ante la “razón del vencedor”, pero la desgracia del ser humano sigue siendo la misma. (CCS - España. http://www.ucm.es/info/solidarios)

lunes, enero 04, 2010

Feliz año nuevo

Frei Betto
religioso y escritor

¿Por qué desear Feliz Año Nuevo si hay tanta insatisfacción a nuestro alrededor? ¿Será feliz el próximo año para los afganos e iraquíes, y para los soldados estadounidenses a las órdenes de un presidente que califica de ‘justas’ las guerras genocidas de ocupación? ¿Serán felices los niños africanos reducidos a esqueletos de ojos perplejos por la tortura del hambre? ¿Seremos todos felices conscientes de los fracasos de Copenhague que salvan la lucratividad y comprometen la sustentabilidad?

¿Qué es la felicidad? Aristóteles afirmó que es el bien mayor que todos anhelamos. Y mi colega Tomás de Aquino señaló: aunque fuera la práctica del mal. De Hitler a la madre Teresa de Calcuta, todos buscan la propia felicidad en todo lo que hacen.

La diferencia reside en la ecuación egoísmo/altruismo. Hitler pensaba en sus hediondas ambiciones de poder; la madre Teresa en la felicidad de aquellos que Frantz Fanon denominó “condenados de la Tierra”.

La felicidad, el bien más ambicionado, no figura en las ofertas del mercado. No se la puede comprar, hay que conquistarla. La publicidad se empeña en convencernos de que ella es el resultado de la suma de placeres. Para Roland Barthes, el placer es “la gran aventura del deseo”.

Estimulado por la propaganda, nuestro deseo se encamina hacia los objetos de consumo. Vestir de esta marca, poseer aquel carro, vivir en este condominio de lujo -dice la publicidad- nos hará felices.

Desear Feliz Año Nuevo es esperar que el otro sea feliz. ¿Y desear que también haga felices a los demás? El terrateniente que no tiene asistencia médicohospitalaria para sus peones pero que gasta una fortuna en veterinarios para sus rebaños, ¿espera que el prójimo tenga también un Feliz Año Nuevo?

A contrapelo del consumismo, Jung le daba la razón a san Juan de la Cruz: el deseo sí busca la felicidad, la “vida en plenitud” manifestada por Jesús, pero ella no se encuentra en los bienes finitos ofrecidos por el mercado. Como enfatizaba el profesor Milton Santos, se halla en los bienes infinitos.

El arte de la verdadera felicidad consiste en canalizar el deseo hacia dentro de sí y, a partir de la subjetividad impregnada de valores, imprimir sentido a la existencia. Así se consigue ser feliz incluso cuando hay sufrimiento. Se trata de una aventura espiritual. Ser capaz de descubrir las varias capas que encubren nuestro ego.

Pero al sumergirnos en las oscuras sendas de la vida interior, guiados por la fe y/o por la meditación, tropezamos en nuestras emociones, sobre todo en aquellas que afectan a nuestra razón: somos ofensivos con quien amamos, rudos con quien nos trata con delicadeza, egoístas con quien es generoso con nosotros, prepotentes con quien nos acoge con solícita gratuidad.

Si logramos calar más a fondo, más allá de la razón egótica y de los sentimientos posesivos, nos aproximamos a la fuente de la felicidad, escondida tras el ego. Al recorrer los caminos profundos que nos conducen a ella, los momentos de alegría se transforman en estado de espíritu. Como en el amor.

Feliz Año Nuevo es, por tanto, un voto de emulación espiritual. Claro, muchas otras conquistas pueden darnos placer y una alegre sensación de victoria. Pero no son lo suficiente para hacernos felices. ¡Sería mejor un mundo sin miseria, desigualdad, degradación ambiental ni políticos corruptos!

Esta desgraciada realidad que nos circunda, y de la cual somos responsables por opción u omisión, se constituye en una clamorosa llamada para comprometernos en la búsqueda de “otro mundo posible”. Pero todavía no será el Feliz Año Nuevo.

El año será nuevo si, en nosotros y en nuestro ambiente, superamos el viejo. Y viejo es todo lo que ya no contribuye a hacer de la felicidad un derecho para todos. A la luz de un nuevo marco civilizatorio hay que superar el modelo productivista-consumista e introducir, en lugar del PIB, la FIB (Felicidad Interna Bruta), fundada en una economía solidaria.

Si lo nuevo se hace presencia en nuestra vida espiritual, entonces ciertamente tendremos, sin milagros o fórmulas mágicas, un Feliz Año Nuevo, a pesar de que el mundo siga siendo conflictivo: la crueldad, revestida de dulces principios; el odio, disfrazado de discurso amoroso.

La diferencia es que estaremos consientes de que, para tener un Feliz Año Nuevo, es necesario abrazar un proceso resurreccional: preñarse de sí mismo, alejarse de la parte defectuosa y dejar el pesimismo para días mejores. (Traducción de J.L.Burguet)