viernes, diciembre 19, 2008

La misteriosa tarjeta de Navidad

Leonardo Boff
teólogo brasileño

La Navidad es la fiesta de los niños y del divino Niño que se esconde dentro de cada adulto. Es enormemente inspiradora la creencia de que Dios se acercó a los seres humanos en forma de niño. Así nadie puede alegar que es sólo un misterio insondable, fascinante por un lado y aterrador por el otro. No. Se aproximó a nosotros en la fragilidad de un recién nacido que lloriquea de frío y busca hambriento el pecho materno. Tenemos que respetar y amar esta forma con la que Dios quiso entrar en nuestro mundo, por la parte de atrás, en una gruta de animales, en una noche oscura y llena de nieve, «porque no había lugar para él en las posadas de Belén».

Todavía más consoladora es la idea de que seremos juzgados por un niño, y no por un juez severo y escrutador. Lo que un niño quiere es jugar. Forma inmediatamente grupo con los demás niños, pobres, ricos, asiáticos, negros, rubios... Es la inocencia original que todavía no conoce las malicias de la vida adulta.

El divino Niño nos introducirá en la danza celeste y en el banquete que la familia divina del Padre, Hijo y Espíritu Santo prepara para todos sus hijos e hijas, sin excluir a aquellos que un día fueron desgarrados por el sufrimiento.

Estaba reflexionando sobre esta realidad bienaventurada cuando un ángel de aquellos que cantaron a los pastores en los campos de Belén se me aproximó espiritualmente y me entregó una tarjeta de Navidad. ¿De quien sería? Empecé a leer. Decía:


«Queridos hermanitos y hermanitas:

Si al mirar el nacimiento y ver allí al Niño Jesús en medio de José y María, junto al buey y la mula, se llenan de fe en que Dios se hizo niño como cualquiera de ustedes;

si consiguen ver en los otros niños y niñas la presencia inefable del niño Jesús, que una vez que nació en Belén nunca ya nos ha dejado solos en el mundo;

si son capaces de hacer renacer el niño escondido en sus padres, en sus tíos y tías y en las otras personas que ustedes conocen para que surja en ellas el amor, la ternura, el cuidado para con todo el mundo, y también para con la naturaleza;

si al mirar el pesebre descubren a Jesús, vestido pobremente, casi desnudo, y se acuerdan de tantos niños igualmente mal vestidos, y les duele en el fondo del corazón esta situación, y pueden compartir lo que ustedes tienen de sobra, y desean cambiar ahora mismo este estado de cosas;

si al ver la vaca, el burrito, las ovejas, las cabras, los perros, los camellos y el elefante, en el nacimiento, piensan que todo el universo está también iluminado por el divino Niño y que todos formamos parte de la Gran Casa de Dios;

si miran hacia el cielo y ven la estrella con su cola luminosa y hacen memoria de que siempre hay una estrella como la de Belén sobre ustedes, que los acompaña, los ilumina, y les muestra los mejores caminos;

si recuerdan que los reyes magos, venidos de lejanas tierras, eran en realidad sabios y que todavía hoy representan a los científicos y maestros que consiguen ver en este Niño el sentido secreto de la vida y del universo;

si piensan que este Niño es simultáneamente hombre y Dios, que por ser hombre es vuestro hermano, y por ser Dios existe una porción de Dios en ustedes, y por esta razón se llenan de alegría y de legítimo orgullo;

si piensan en todo esto, sepan que yo estoy naciendo de nuevo y renovando la Navidad entre ustedes. Estaré siempre cerca, caminando con ustedes, llorando con ustedes y jugando con ustedes, hasta el día en que todos, humanidad y universo, lleguemos a la Casa de Dios, que es Padre y Madre de infinita bondad, para vivir siempre juntos y ser eternamente felices».

Belén, 25 de diciembre del año 1

Firmado: Niño Jesús

miércoles, diciembre 03, 2008

Secretos inconfesables del periodismo:
¿Cómo se inventa un boom?

Emilio Fernández Cicco

(Esta nota fue escrita a pedido para una revista española. El staff de notables del medio, con un juicio certero, sensato y humano, decidió no publicarla bajo ningún aspecto y cortar todo tipo de vínculo con su autor de por vida, lo mismo con sus familiares, allegados, y con todo objeto que haya pasado por sus manos).

Estoy cansado de inventar booms. ¿Sabe cómo se inventa uno? Es muy fácil. Si tres celebridades lo hacen, ahí tiene un boom. Si tres celebridades están con hemorroides. Las hemorroides son un boom. Así de sencillo.

Si pudieras visitar una redacción, verías que en medio de ese gran caos, hay siempre un par de periodistas chiflados porque no pueden encontrar la tercera celebridad que les confirme el boom. Pues todo el mundo sabe: dos famosos que hacen lo mismo no es un fenómeno, es una casualidad. Y con una casualidad no se puede fabricar una nota. Aunque hay excepciones.

Una vez, sin un solo dato, sin un solo indicio, sin un solo famoso, inventé mi propio boom. En una nota de verano afirmé que en las playas de Sudamérica eran furor los perros tatuados. El artículo salió publicado en un medio muy importante y, naturalmente, hasta hoy jamás de los jamases vi a un perro tatuado. El día que la vea, me voy a sentir un precursor. Pero siempre hay un tarado que lee la revista y se le ocurre tatuar al suyo.

No importa en qué medio, ni en qué época, siempre les tuve miedo a mis jefes. En especial, cuando vuelven de una reunión de sumarios, es decir, un meeting donde se debaten las ideas periodísticas, el germen maldito de lo que más tarde se convertirá en un artículo hecho y derecho. Es decir, en la verdad impresa, lo que usted considera la realidad de todos los días.

Los editores suelen ser gente que vive encerrada, mirando la tele y leyendo a la competencia, gente envenenada, contracturada, mal dormida, con problemas de hipertensión y tabaquismo. Como les decía, se puede esperar cualquier cosa de una reunión de editores. Pero lo peor que se puede esperar es que emerja de allí una nota de fantasía, una nota inventada sin pies ni cabeza, algo que nunca vas a ver mencionado en ningún manual de periodismo. ¿Y cómo nace una nota inventada? Es una hipótesis que se le ocurre al jefe máximo -es decir, al director que suele vivir más encerrado y más envenenado que todos los demás- y tu tarea es poner a prueba ese disparate por todos los medios posibles. Normalmente, un periodista que lleva sus años en esto, tiene una agenda con fuentes de confianza a quienes apelará a la hora de certificar el disparate. “Pero eso es un disparate”, repetirán una y otra vez las fuentes. Y, lejos de sentirse persuadido, el trabajo de este buen periodista es tratar de que ese disparate se convierta en realidad. Pues un medio podrá decir cualquier pavada, pero jamás podrá salir en blanco.

Hay redactores que parecen mandados a hacer para esta clase de notas inventadas. Sin un solo dato escriben y escriben con una solidez argumentativa ejemplar. Siempre los admiré. Suelen ser unos cínicos, el mismo cinismo que tendría usted si trabajara en una fábrica de salchichas y supiera cómo coño están hechas. Esta gente sabe la materia con la que está fabricada la verdad que usted consume. La verdad salchicha. Ellos disfrutan viéndolo saborear una verdad que hasta un perro la huele y desconfía.

Hablando de perros, ponerle nombre a una mascota puede ser también un hecho periodístico. Excepto que usted sea un idiota y le ponga Manchita porque el can tiene sus manchas, si lo mira con detenimiento e hila fino, si lo observa al can conducirse por la vida y le coloca un nombre, usted pone en práctica el método más antiguo del periodismo: titular la realidad.

Un año atrás adopté un perro de la calle. No sabía qué nombre ponerle hasta que vimos que, el muy turro, la misma fiesta que nos hacía al recibirnos a mi familia, se la hacía al vecino de atrás. Le pusimos Falluto. Pero decirle Falluto no era decir toda la verdad. A veces, así como era Falluto, también era fiel. A veces, era manso y tranquilo, le podríamos haber puesto Buenito, pero en ocasiones era un hijo de perra que le quitaba la comida a los demás perros y le ladraba a los niños.

Falluto, como todos los seres humanos, es una contradicción viviente. Ponerle un nombre a una de sus caras era negar todas las demás. Por falta de tiempo, de ganas y de espacio, el periodismo es el arte de la reducción. El arte de crear Fallutos.

Los periodistas son los grandes maquilladores de celebridades, los grandes inventores de perros: les colocan colorete, les ponen las plumas, los perfuman, les generan conflictos, los ponen a la cabeza de movidas también inventadas.

Gracias a esta sociedad, los famosos tienen cada vez más trabajo. Y los periodistas tienen tapas para vender. Ellos, las celebridades, ponen la semilla, nosotros le damos la tierra, el sol y los fertilizantes. Y así crecen esas plantas espantosas. Esas plantas floridas y llenas de colores, que no sirven para un carajo.

(http://hipercritico.com/content/view/1188/36/)