martes, octubre 27, 2009

¿Todavía tiene futuro el individualismo?

Leonardo Boff

teólogo

En Estados Unidos hay una crisis más profunda que la económico-financiera. Es la crisis del estilo de sociedad que se formó desde que fuera constituida por los «padres fundadores». Es una sociedad profundamente individualista, consecuencia directa del tipo de capitalismo que fue implantado allí. La exaltación del individualismo adquirió forma de credo en un monumento delante del majestuoso Rockfeller Center en Nueva York, en el cual se puede leer el acto de fe de John D. Rockfeller Jr: «Creo en el supremo valor del individuo y en su derecho a la vida, a la libertad y a perseguir su felicidad».

En un fino análisis contenido en su clásico libro La democracia en América (1835), el magistrado francés Charles de Tocqueville (1805-1859) señaló al individualismo como la marca registrada de la nueva sociedad naciente. El individualismo se mantuvo triunfante, pero tuvo que aceptar límites debido a la conquista de los derechos sociales de los trabajadores y especialmente al surgimiento del socialismo, que contraponía otro credo, el de los valores sociales. Pero con el derrocamiento del socialismo estatal, el individualismo volvió a tener vía libre bajo el presidente Reagan hasta el punto de imponerse en todo el mundo en forma de neoliberalismo político.

Contra Barack Obama, que intenta un proyecto con claras connotaciones sociales, como salud para todos los estadounidenses y medidas colectivas para limitar la emisión de gases de efecto invernadero, el individualismo resurge con furor. Le acusan de socialista y de comunista y, en facebook, en internet, hasta no se excluye su eventual asesinato si llegara a suprimir los planes individuales de salud. Y eso que su plan de salud no es tan radical, pues, tributario todavía del individualismo tradicional, excluye de él a todos los emigrantes, que son millones.

La palabra «nosotros» es una de las más desprestigiadas de la sociedad estadounidense. Lo denuncia el respetado columnista del New York Times, Thomas L. Friedman en un excelente artículo: «Nuestros líderes, hasta el presidente, no consiguen pronunciar la palabra ‘nosotros’ sin que les produzca risa. No hay más ‘nosotros’ en la política estadounidense, en una época en que ‘nosotros’ tenemos enormes problemas -la recesión, el sistema de salud, los cambios climáticos y las guerras en Irak y en Afganistán- con los que sólo vamos poder lidiar si la palabra ‘nosotros’ tiene una connotación colectiva» (JB 01/10/09).

Sucede que, por falta de un contrato social mundial, Estados Unidos se presenta como la potencia dominante, que prácticamente decide los destinos de la humanidad. Su arraigado individualismo proyectado al mundo se muestra absolutamente inadecuado para señalar un rumbo al ‘nosotros’ humano. Ese individualismo no tiene ya futuro.

Se hace cada vez más urgente un gobierno global que sustituya el unilateralismo monocéntrico. O desplazamos el eje del ‘yo’ (mi economía, mi fuerza militar, mi futuro) hacia ‘nosotros’ (nuestro sistema de producción nuestra política y nuestro futuro común) o difícilmente evitaremos una tragedia, no sólo individual sino colectiva. Independientemente de ser socialistas o no, lo social y lo planetario deben orientar el destino común de la humanidad.

Pero, ¿por qué ese individualismo tan arraigado? Porque está fundado en un dato real del proceso evolutivo y antropogénico, pero asumido de forma reduccionista. Los cosmólogos nos aseguran que hay dos tendencias en todos los seres, especialmente en los seres vivos: la de auto-afirmación (yo) y la de integración en un todo mayor (nosotros). Por la autoafirmación cada ser defiende su existencia; si no, desaparece. Pero por otro lado, nunca está sólo, está siempre enredado en un tejido de relaciones que lo integra y le facilita la supervivencia.

Las dos tendencias coexisten, juntas construyen cada ser y sustentan la biodiversidad. Excluyendo una de ellas surgen patologías. El ‘yo’ sin el ‘nosotros’ lleva al individualismo y al capitalismo como su expresión económica. El ‘nosotros’ sin el ‘yo’ desemboca en el socialismo estatal y en el colectivismo económico. El equilibrio entre el ‘yo’ y el ‘nosotros’ se encuentra en la democracia participativa que articula ambos polos. Ella acoge al individuo (yo) y lo ve siempre insertado en una sociedad mayor (nosotros), como ciudadano.

Hoy necesitamos una hiperdemocracia que valore cada ser y a cada persona y garantice la sostenibilidad de lo colectivo que es la geosociedad naciente.

jueves, octubre 22, 2009

Un millón de personas se quitan la vida cada año

José Carlos García Fajardo
Profesor U. Complutense de Madrid

Cada día hay en promedio casi tres mil personas ponen fin a su vida, y veinte intentan suicidarse por cada una que lo consigue. Cada hora, ciento veinticinco personas ponen fin a su vida, más de dos personas por minuto. Datos de la Organización Mundial de la Salud, (OMS).

Hablamos de suicidios verificados, no de los camuflados en “accidentes”, previa ingestión de drogas, de alcohol o de broncas emocionales insoportables que conducen a pisar el acelerador sin freno.

Está entre las tres primeras causas mundiales de muerte en personas de entre 15 y 44 años, pero el sector que presenta mayor riesgo es el de los adolescentes. Entre poblaciones rurales, son las personas de edad que ya no se sienten útiles, ni necesitadas, ni queridas.

También existen “suicidios” enmascarados en el abandono de tratamientos médicos, para “hacer pagar culpas a la familia”.

Asimismo, muchos ancianos que viven solos en las ciudades grandes, en donde todo egoísmo tiene su asiento, y que “aparecen” muertos, no se han pegado un tiro, ni se han tirado por la ventana ni ingerido venenos, sencillamente, se han dejado morir poco a poco, abandonándose en la comida y en la higiene, debilitándose, perdiendo fuerzas, y hasta intuyendo un descanso y una liberación, no en la muerte, que siempre impresiona, sino en dejar de llevar un vivir sin sentido; para ellos, ergo, para el universo entero.

¿Sabe alguien cuántos soldados se han dejado morir por no poder soportar la tensión inhumana de una confrontación absurda? ¿Hay suicidio más eficaz que dejarse matar por el “enemigo”, y encima sin “deshonor” ante la familia pues te los rinden militares? ¿Acaso en la guerra de Vietnam, la droga no se distribuía desde la propia intendencia?

Para el año 2020, la OMS prevé que el número de muertes por suicidio en el mundo superará el millón y medio. Por ello, es tan importante tratarla como corresponde. Con una aproximación psicológicamente cálida, acogedora, tranquilizadora. Y con el arsenal terapéutico, realmente efectivo, que tenemos a nuestra disposición. Y con tiempo, paciencia, con ese sumergirse en el drama del enfermo.

Recordemos que ‘asistir’ (assistere) es, "estar al lado del otro".

Los profesionales que trabajan en la prevención de los suicidios, insisten en que se trata de muertes evitables que, en algunos países, alcanzan a 10,4 por cada cien mil habitantes y, entre los adolescentes, el riesgo es del 30% por la misma proporción.

Ya sabemos que el suicidio se ha convertido en un tabú tan fuerte como el incesto o, hasta hace poco, las denominadas “desviaciones” sexuales, como la homosexualidad. Como fue tabú durante siglos tratar de la pedofilia, pederastia o, como ahora prefiere denominar el Vaticano para las experiencias de sus clérigos, “efebofilia”, es decir, atracción por jóvenes de 11 a 17 años.

Hasta en el Libro de estilo de muchos medios de comunicación se reglamenta la publicación de estas noticias, “porque pueden provocar estímulo de imitación”.

La OMS pide mejorar la educación en el tema, reducir la estigmatización y aumentar la conciencia de que el suicidio es prevenible. Todavía, en muchas legislaciones, el intento de suicidio se castiga como delito. Y a un enfermo no se le lleva al paredón, se le cura y después se le fusila. La Iglesia católica y otras religiones, castigaban al suicida con la prohibición de ser enterrado en “tierra sagrada”. Con el progreso en la conciencia de una mayor libertad y responsabilidad, se han avenido con el subterfugio de que “no sabían lo que hacían”, “locura transitoria”, “fuera de sí, “enajenados”.

No hay más que ver las dificultades que tiene un enfermo terminal para tener una muerte digna, mediante suicidio asistido, o mediante eutanasia positiva, por compasión y por justicia. ¿Tanto cuesta reconocer el derecho a disponer de la propia vida? ¿Alguien nos ha pedido permiso para nacer?

¿Pueden imponerse manu militari ideologías que parten de peticiones de principio, de falsas premisas y de un fanatismo que condena a vivir, como durante siglos bendijeron las condenas a morir?

Partiendo del reconocimiento de este derecho inalienable, es necesario prevenir las decisiones fatales que podrían evitarse mediante atención médica y psicológica, comprensión y tratamiento, información adecuada y medios eficaces al alcance de enfermos depresivos, alcoholismo, drogadicción y esquizofrenia. Adolescentes que no asumen su realidad sexual, o de ancianos sin medios para vivir con dignidad porque la sociedad se lo debe siempre ya que las cosas no son de su dueño sino del que las necesita. Y aunque la vida no tuviera sentido tiene que tener sentido vivir, pero con dignidad y sin padecimientos insoportables. No vamos de la vida hacia la muerte, sino hacia la felicidad de saberse uno mismo, libre y responsable. (http://www.ucm.es/info/solidarios/index.php)