jueves, septiembre 13, 2007

Felicidad Interna Bruta

Leonardo Boff
teólogo brasileño

Bután es un pequeñísimo reino hereditario en las faldas del Himalaya, entre China, la India y el Tibet. Sólo tiene dos millones de habitantes, y su ciudad mayor es la capital, Timfú, con cerca de cincuenta mil habitantes. Está amenazado de desaparecer dentro de pocos años, en caso de que los lagos del Himalaya, que están creciendo por el deshielo, se desborden avasalladoramente. Gobernado por un rey y por un monje que tiene casi la autoridad real, es considerado uno de los menores y menos desarrollados países del mundo. Con todo, es una sociedad sumamente integrada, patriarcal y matriarcal simultáneamente, dado que el miembro más influyente se transforma en jefe de familia.

Bután posee algo único en el mundo y que todos los países deberían imitar: el «índice de felicidad interna bruta”. Para el rey y el monje gobernantes, lo que cuenta en primer lugar no es el PIB, Producto Interno Bruto, medido a base de todas las riquezas materiales y servicios que un país ostenta, sino la Felicidad Interna Bruta, resultado de las políticas públicas, del buen gobierno, de la equitativa distribución de la renta que resulta de los excedentes de la agricultura de subsistencia, de la ganadería, de la extracción vegetal, de la venta de energía a India, de la ausencia de corrupción, de la garantía general de educación y salud de calidad, con carreteras transitables en los valles fértiles y en las altas montañas, pero especialmente como fruto de las relaciones sociales de cooperación y de paz entre todos. Eso no ha llegado a impedir conflictos con Nepal, pero tampoco ha desviado el propósito humanístico del reino. La economía, que en el mundo globalizado es el becerro de oro, comparece sólo como uno de los items en el conjunto de los factores a ser considerados.

Por detrás de este proyecto político funciona una imagen multidimensional del ser humano. Concibe al ser humano como un nudo de relaciones orientado en todas las direcciones, que tiene sí hambre de pan, como todos los seres vivos, pero que principalmente se mueve por el hambre de comunicación, de convivencia y de paz, que no pueden ser compradas en el mercado o en la bolsa. Función de un gobierno es atender a la vida de la población en la multiplicidad de sus dimensiones. Su fruto es la paz. En la inigualable comprensión que la Carta de la Tierra elaboró sobre la Paz, ésta «es la plenitud que resulta de las relaciones correctas consigo mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte (IV, f).

La felicidad y la paz no son construidas por las riquezas materiales y por las parafernalias que nuestra civilización materialista y pobre nos presenta. En el ser humano ella ve sólo un productor y un consumidor. Lo demás no le interesa. Por eso, tenemos tantos ricos desesperados, jóvenes de familias sin problemas económicos que se suicidan por no encontrar ya sentido en la abundancia. La ley del sistema dominante es: quien no tiene, quiere tener; quien tiene, quiere tener más; y a quien tiene más no le parece suficiente. Olvidamos que lo que nos trae la felicidad es el relacionamiento humano, la amistad, el amor, la generosidad, la compasión, el respeto... realidades que valen pero que no tienen precio. Lo dramático está en que esta civilización humanamente pobre está acabando con el Planeta con el afán de ganar más, cuando lo importante sería tratar de vivir en armonía con la naturaleza y con los demás seres vivos.

Bután nos da un bello ejemplo de esta posibilidad. Sabia ha sido la observación de un pobre de nuestras comunidades, que ha comentado: «Aquella persona es tan pobre tan pobre, que sólo tiene dinero». Y, realmente, era muy infeliz.

viernes, septiembre 07, 2007

Enfermedades mentales superan al cáncer y a las cardiopatías

Jeremy Laurance
(The Independent)

Males como la depresión son estigmatizados y desdeñados en muchos países

Cada año 30 por ciento de la población mundial sufre algún desorden sicológico, según estudio

Una alianza internacional de especialistas en salud mental ha lanzado una campaña para cambiar el enfoque de la atención mundial de los desórdenes del cuerpo a los trastornos de la mente.

Cada año alrededor de 30 por ciento de la población mundial sufre de alguna forma de desorden mental y, sin embargo, al menos dos terceras partes de los afectados reciben tratamiento inadecuado o ninguno, aun en países que disponen de los mejores recursos.

La enfermedad mental supera al cáncer y a las cardiopatías como causa de mala salud crónica, sobre todo por la naturaleza discapacitante de la depresión y de los problemas con el alcohol y las drogas, pese a lo cual recibe apenas una fracción de los recursos que se invierte en aquellos padecimientos orgánicos.

En una serie de artículos publicados en The Lancet, expertos de la Organización Mundial de la Salud, la Escuela de Higiene de Londres y el Instituto de Siquiatría del Reino Unido hacen un llamado a los gobiernos y organizaciones médicas del mundo para que incrementen los fondos destinados a la salud mental y la pongan en el centro de sus estrategias de salud.

Persiste cifra negra

Hasta 14 por cierto de la carga de enfermedades a nivel global se atribuye a trastornos mentales, según estimaciones de la OMS en 2005. Sin embargo, esos padecimientos son estigmatizados y desdeñados. Casi la cuarta parte (23 por ciento) de la carga global de discapacidad se debe a problemas mentales, en comparación con 21 por ciento de las enfermedades cardiacas e infartos y con 11 por ciento del cáncer.

El profesor Martin Prince, del Instituto de Siquiatría, señaló que incluso esas cifras tan altas podrían ser una subestimación, porque no se reconoce el impacto de la salud mental sobre la física.

El impacto fatal más obvio de la depresión es cuando conduce a los pacientes al suicidio. Cada año se presentan 800 mil casos en todo el mundo; nueve de cada diez suicidas fueron presas de un grave problema mental en las semanas anteriores a su muerte. Sin embargo, la depresión conlleva un riesgo cada vez mayor de muerte por otras razones, por ejemplo al conducir a un estilo de vida poco saludable, con mayor consumo de tabaco y menos ejercicio.

La estigmatización tuvo también su parte en la negativa de tratamiento a pacientes por sus males físicos. Un estudio realizado en Australia descubrió que los pacientes mentales con problemas cardiacos tenían menos de la mitad de probabilidades de recibir cirugía, y 80 por ciento más de morir a causa de ellos que los no afectados mentalmente.

Sin presupuesto

“Hemos pasado por alto los vínculos entre la salud mental y la física. Sin ellos no podemos captar el pleno impacto de la salud mental”, expresó Prince.

Casi la tercera parte de los países no disponen de presupuesto para salud mental, y la quinta parte de los que lo tienen han gastado en ella menos de uno por ciento de su presupuesto total. Secar Saxena, de la OMS, afirma que las desigualdades en asignaciones son rampantes. “Los países de altos ingresos cuentan con 200 veces más siquiatras, enfermeros siquiátricos y sicólogos. Los de bajos ingresos pierden recursos y en dos años la situación será aún peor”, añadió.

Con demasiada frecuencia, los países invierten en preparar siquiatras y construir costosos hospitales mentales, cuando el dinero estaría mejor empleado en enfermeros siquiátricos y atención a la comunidad, precisó.

Richard Horton, editor de The Lancet, expresó que ha habido una “crítica falla de liderazgo” por parte de los países occidentales.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

http://www.jornada.unam.mx/2007/09/06/index.php?section=ciencias&article=a02n1cie