lunes, julio 31, 2006

¿Hasta cuándo?

Eduardo Galeano
periodista y escritos uruguayo


Un país bombardea dos países. La impunidad podría resultar asombrosa si no fuera costumbre. Algunas tímidas protestas dicen que hubo errores. ¿Hasta cuándo los horrores se seguirán llamando errores?

Esta carnicería de civiles se desató a partir del secuestro de un soldado. ¿Hasta cuándo el secuestro de un soldado israelí podrá justificar el secuestro de la soberanía palestina? ¿Hasta cuándo el secuestro de dos soldados israelíes podrá justificar el secuestro del Líbano entero?

La cacería de judíos fue, durante siglos, el deporte preferido de los europeos. En Auschwitz desembocó un antiguo río de espantos, que había atravesado toda Europa. ¿Hasta cuándo seguirán los palestinos y otros árabes pagando crímenes que no cometieron?

Hezbollá no existía cuando Israel arrasó el Líbano en sus invasiones anteriores. ¿Hasta cuándo nos seguiremos creyendo el cuento del agresor agredido, que practica el terrorismo porque tiene derecho a defenderse del terrorismo?

Irak, Afganistán, Palestina, Líbano… ¿Hasta cuándo se podrá seguir exterminando países impunemente?

Las torturas de Abu Ghraib, que han despertado cierto malestar universal, no tienen nada de nuevo para nosotros, los latinoamericanos. Nuestros militares aprendieron esas técnicas de interrogatorio en la Escuela de las Américas, que ahora perdió el nombre pero no las mañas. ¿Hasta cuándo seguiremos aceptando que la tortura se siga legitimando, como hizo la Corte Suprema de Israel, en nombre de la legítima defensa de la patria?

Israel ha desoído cuarenta y seis recomendaciones de la Asamblea General y de otros organismos de las Naciones Unidas. ¿Hasta cuándo el gobierno israelí seguirá ejerciendo el privilegio de ser sordo?

Las Naciones Unidas recomiendan pero no deciden. Cuando deciden, la Casa Blanca impide que decidan, porque tiene derecho de veto. La Casa Blanca ha vetado, en el Consejo de Seguridad, cuarenta resoluciones que condenaban a Israel. ¿Hasta cuándo las Naciones Unidas seguirán actuando como si fueran otro nombre de los Estados Unidos?

Desde que los palestinos fueron desalojados de sus casas y despojados de sus tierras, mucha sangre ha corrido. ¿Hasta cuándo seguirá corriendo la sangre para que la fuerza justifique lo que el derecho niega?

La historia se repite, día tras día, año tras año, y un israelí muere por cada diez árabes que mueren. ¿Hasta cuándo seguirá valiendo diez veces más la vida de cada israelí?

En proporción a la población, los cincuenta mil civiles, en su mayoría mujeres y niños, muertos en Irak, equivalen a ochocientos mil estadounidenses. ¿Hasta cuándo seguiremos aceptando, como si fuera costumbre, la matanza de iraquíes, en una guerra ciega que ha olvidado sus pretextos? ¿Hasta cuándo seguirá siendo normal que los vivos y los muertos sean de primera, segunda, tercera o cuarta categoría?

Irán está desarrollando la energía nuclear. ¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que eso basta para probar que un país es un peligro para la humanidad? A la llamada comunidad internacional no la angustia para nada el hecho de que Israel tenga doscientas cincuenta bombas atómicas, aunque es un país que vive al borde de un ataque de nervios. ¿Quién maneja el peligrosímetro universal? ¿Habrá sido Irán el país que arrojó las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki?

En la era de la globalización, el derecho de presión puede más que el derecho de expresión. Para justificar la ilegal ocupación de tierras palestinas, la guerra se llama paz. Los israelíes son patriotas y los palestinos son terroristas, y los terroristas siembran la alarma universal. ¿Hasta cuándo los medios de comunicación seguirán siendo miedos de comunicación?

Esta matanza de ahora, que no es la primera ni será, me temo, la última, ¿ocurre en silencio? ¿Está mudo el mundo? ¿Hasta cuándo seguirán sonando en campana de palo las voces de la indignación?

Estos bombardeos matan niños: más de un tercio de las víctimas, no menos de la mitad. Quienes se atreven a denunciarlo son acusados de antisemitismo. ¿Hasta cuándo seguiremos siendo antisemitas los críticos de los crímenes del terrorismo de estado? ¿Hasta cuándo aceptaremos esa extorsión? ¿Son antisemitas los judíos horrorizados por lo que se hace en su nombre? ¿Son antisemitas los árabes, tan semitas como los judíos? ¿Acaso no hay voces árabes que defienden la patria palestina y repudian el manicomio fundamentalista?

Los terroristas se parecen entre sí: los terroristas de estado, respetables hombres de gobierno, y los terroristas privados, que son locos sueltos o locos organizados desde los tiempos de la guerra fría contra el totalitarismo comunista. Y todos actúan en nombre de Dios, así se llame Dios o Alá o Jehová. ¿Hasta cuándo seguiremos ignorando que todos los terrorismos desprecian la vida humana y que todos se alimentan mutuamente? ¿No es evidente que en esta guerra entre Israel y Hezbollá son civiles, libaneses, palestinos, israelíes, quienes ponen los muertos? ¿No es evidente que las guerras de Afganistán y de Irak y las invasiones de Gaza y del Líbano son incubadoras del odio, que fabrican fanáticos en serie?

Somos la única especie animal especializada en el exterminio mutuo. Destinamos dos mil quinientos millones de dólares, cada día, a los gastos militares. La miseria y la guerra son hijas del mismo papá: como algunos dioses crueles, come a los vivos y a los muertos. ¿Hasta cuándo seguiremos aceptando que este mundo enamorado de la muerte es nuestro único mundo posible?

lunes, julio 24, 2006

La ética, ¿mera cuestión de estética?

Frei Betto
Religioso dominico


¿Será que en una sociedad tan cuantificada por el mercado queda espacio para los valores cualitativos de la ética? Ante la impunidad de políticos comprobadamente antiéticos, ¿hay esperanza de que los bienes infinitos, como acentuaba el profesor Milton Santos, prevalezcan sobre los bienes finitos? ¿O será la ética una mera cuestión de estética, para adornar a la mujer de César, aunque no sea honesta?

Ética deriva de ethos, usos y costumbres adoptados en una sociedad para evitar la barbarie de que la voluntad de uno viole los derechos de todos. En cuanto valor universal, debe estar enraizado en el corazón humano. Pero es algo diferente del pecado. Éste procede de algo que viene de fuera de la persona -la voluntad de Dios, los mandamientos, la culpa originada en la trasgresión de la ley divina-, en tanto que la ética viene de dentro, iluminada por la razón y fomentada por la práctica de las virtudes.

La mitología, religión de los griegos llena de ejemplos nada edificantes, los obligó a buscar en la razón los principios normativos de nuestra sana convivencia social. La promiscuidad reinante en el Olimpo podía ser objeto de creencia pero no convenía traducirla en actitudes; por eso, la razón conquistó autonomía frente a la religión, como nos enseñan las obras de Platón, Aristóteles e, indirectamente, la sabiduría de Sócrates.

Si nuestra moral no procede de los dioses, entonces somos nosotros, seres racionales, quienes debemos construirla. En Antígona, obra de Sófocles, en nombre de razones de Estado, Cleonte prohíbe a Antígona sepultar a su hermano Polinice. Ella se niega a obedecer "leyes no escritas, inmutables, que no datan de hoy ni de ayer, que nadie sabe cuándo aparecieron". Es la afirmación de la conciencia sobre la ley, de la ciudadanía sobre el Estado, del derecho natural sobre el divino.

¿Pero acaso todos tenemos conciencia ética? Y esa conciencia individual, ¿va de acuerdo a los intereses colectivos? Sócrates defendía que la ética exige normas constantes e inmutables. Nadie puede quedar dependiendo de la diversidad de opiniones. En La República, Platón recuerda que para Trasímaco la ética de una sociedad refleja los intereses de quien detenta el poder. Concepto que será retomado por Marx y aplicado a la ideología. ¿Qué es el poder? Es el derecho concedido a un individuo o conquistado por un partido o clase social de imponer su voluntad sobre la voluntad de los demás.

En la versión de Paulo Freire, en una sociedad desigual la cabeza del oprimido tiende a albergar la cabeza del opresor. Lo cual significa que la clase política, por detentar el poder, normaliza (o no) los principios éticos que rigen una sociedad. O los relativiza al adoptar el "matiz", el nepotismo, el corporativismo. O los niega por la práctica de la corrupción, de la malversación, del enriquecimiento con dinero público.

Aristóteles rechaza la Teoría del Bien y deja la pelota en el tejado: ¿qué es lo que más desean las personas? La felicidad, responde acertadamente; incluso cuando practican el mal, recuerda Tomás de Aquino. San Agustín, influenciado por Platón, dirá que el ser humano vive en permanente tensión entre la ley y el amor, la ciudad de los hombres y la ciudad de Dios. La primera exige coerción y represión, a fin de combatir el mal, y esa función sólo puede ser ejercida por quien gobierna en beneficio de la comunidad. En la ciudad de Dios predominan el amor, el perdón, la persuasión. Esa dialéctica se introduce definitivamente en la política y aparece, en la Edad Media, bajo la teoría de "las dos espadas"; en Lutero la lucha entre los "dos reinos"; en la teología actual la no-violencia y la violencia revolucionaria; en la filosofía política la distinción entre ética en la política y ética de la política.

Santo Tomás de Aquino subraya la irreductible precedencia de la conciencia individual, pero buscando el equilibrio que evite los riesgos de relativismo y juridicismo. El primero instaura la anarquía cuando cada uno, a partir de la propia conciencia, se considera juez de sí mismo; el segundo niega la libertad humana al identificar lo legal con lo justo, y erigir la ley en principio supuestamente inmutable.

Los iluministas, como Kant y Hume, fundamentan la ética en la naturaleza humana; y le imprimen autonomía frente a la ética cristiana, centrada en la fe. "Incluso el Santo del Evangelio -dice Kant- debe ser comparado con nuestro ideal de perfección moral antes de ser reconocido como tal" (Fundamentos de la metafísica de las costumbres). Hay en nosotros un sentido innato del deber y no dejo de hacer algo por ser pecado sino por ser injusto. Y nuestra ética individual debe complementarse con la ética social, pues no somos un rebaño de individuos sino una sociedad que exige, para su sana convivencia, normas y leyes y, sobre todo, la cooperación de unos con otros.

Ética universal

La filosofía moderna hará una distinción aparentemente avanzada y que, de hecho, abre un nuevo campo de tensión al señalar que, respetada la ley, cada uno puede hacer lo que quiera. La privacidad como reino de la libertad total. El problema de ese enunciado es que desliga la ética de responsabilidad social (el preocuparse cada uno por los demás) y la enfoca en los derechos individuales (cada cual que cuide de sí mismo).

Esa distinción amenaza a la ética con ceder al subjetivismo egocéntrico. Tengo derechos, señalados en una Declaración Universal, pero ¿y los deberes? ¿Qué obligaciones tengo para con la sociedad en que vivo? ¿Qué tengo que ver con el hambriento, el oprimido y el excluido? De ahí la importancia del concepto de ciudadanía. Las personas son diferentes y, en una sociedad desigual, tratadas según su importancia en la escala social. Ya el ciudadano, pobre o rico, es un ser dotado de derechos inviolables y está sujeto a la ley como todos los demás. El caso Francelino, con la caída del ministro Palocci, acusado de violarel sigilo bancario del inquilino, es un buen ejemplo de cómo la ciudadanía inhibe la libertad.

Una ética que pretenda ser universal no puede restringirse a una óptica negativa que prohíba la violación de los derechos fundamentales. Hay que complementarla con su aspecto positivo, acentuando virtudes, valores, costumbres y responsabilidades sociales, sin olvidar que la felicidad -el bien supremo- exige condiciones subjetivas y objetivas, articula lo personal y lo social e incluye la preservación del medio ambiente.

En la actual coyuntura parece no haber justicia en el reino de la política para quien viola la ética, ni reconocimiento para quien la practica. Cuando mucho, se queda en la ética del mínimo: hago lo que la ley no prohíbe. Quien tiene una función política sirve, quiéralo o no, de parámetro para la sociedad. No es suficiente con que respete las leyes. Debe actuar con justicia y generosidad, y normar sus actitudes por el rigor ético. En caso contrario será contado entre los hipócritas, aquellos que, en el teatro griego, decían una cosa mientras los autores hacían otra. Es lo que hoy se llama estética del marketing electoral: se adorna el embuste para que las ambiciones personales aparezcan coronadas por la aureola del deber cívico en pro del bien común.

No basta, sin embargo, con suponer que la ética depende exclusivamente de las virtudes personales. Como decía Ortega y Gasset: "yo soy yo y mis circunstancias". Hay que basar la ética en el modo de organizar la sociedad. Si las instituciones son verdaderamente democráticas, transparentes; si hay libertad de prensa; si los movimientos sociales tienen fuerza y mecanismos para presionar al poder público, entonces las actitudes antiéticas se volverán más difíciles. Por eso los políticos sin carácter no se comprometen en la reforma política, en la democracia participativa, en el acceso de la acción popular al poder público.

Al votar, el elector debe justipreciar la conducta ética del candidato, su vida anterior, los principios que mantiene y los objetivos que plantea. Es el camino para que podamos perfeccionar las instituciones y la democracia. Sin embargo, la ética de la política no puede depender de virtudes personales de los políticos. Como ya advierte el Génesis, todo ser humano tiene un plazo de validez y defecto de fabricación, lo que el autor bíblico llama "pecado original". Más que los individuos, son las instituciones sociales las que deben estar impregnadas de ética. De ese modo, aunque el individuo quiera corromper o dejarse corromper, se queda en el deseo y en el intento, impedido por la trabazón jurídica que sustenta a las instituciones, taponadas las brechas que favorecen la impunidad.

Parecer ético es una cuestión de estética, típica del oportunismo. Ser ético es una cuestión de carácter. (Traducción de J.L.Burguet)

lunes, julio 10, 2006

El elixir de la eterna juventud

Frei Betto
religioso dominico


Antes un niño era una persona de cero a 11 años; adolescente, de 11 a 18; joven, de 18 a 30; adulto, de 30 a 50; y viejo -sin pudor por el vocablo-, de 50 hasta la muerte. Hoy, hay niños de cero a 20 años (viven en casa dependiendo de sus padres, embotada la cabeza de ilusiones, haciendo ascos al menor contratiempo); hay adolescentes de 20 a 30 años (siempre inseguros, se enamoran y desenamoran, vacilantes ante el futuro y, aunque se crean dueños de la verdad, cambian de oficio y de principios como si cambiasen de camisa); y son jóvenes todos los mayores de 30 años, aunque hayan cumplido los 70, 80, 90...

Hacerse viejo se ha convertido en una enfermedad letal cuyo nombre no debe ser pronunciado y, aunque no tenga cura, se combate con un coctel de tratamientos, que van desde los ejercicios físicos a la cirugía plástica. Como el vocablo ha sido extirpado del vocabulario, se adoptan eufemismos: tercera edad, edad mejor, dignidad... Por mi parte, ya que estoy viejo y no gozo de todos los derechos del Estatuto del Anciano, prefiero ser realista: eterna edad, puesto que se me aproxima, implacable, la guadaña de la Señora Muerte.

Hace ya cinco mil años que el ser humano, incluidos chamanes y médicos, busca la solución a la calvicie y el elixir de la eterna juventud. La primera continúa desafiando a la ciencia, arrancando los cabellos de los investigadores; Bien dice Ricardo Kotsko que si tuviera poderes el cabello nacería para dentro... En cuanto al segundo desafío, no podemos dudar de la victoria. Ahora el elixir de la eterna juventud puede ser comprado en cualquier farmacia, obtenido en el gimnasio de la esquina, ingerido por medio de una gran variedad de dietas, inoculado en la mente por la literatura de autoayuda o conquistado gracias a los ejercicios aeróbicos, como caminar o practicar tai chi chuan. De ese modo se retrasa el envejecimiento. Pero el evitarlo o, mejor, disfrazarlo, sólo recurriendo a la cirugía plástica, preferentemente usando guantes y bufanda para encubrir la rugosidad del tejido de las manos y del cuello. De tal modo se muere joven y esbelto, sin celulitis. Sí, porque todavía no se consigue descartar la muerte, pero ya es posible abrazarla con un cuerpo saleroso...

Se gastan fortunas diariamente con ese síndrome de la eterna juventud. No tengo nada en contra. Al final, nuestro ritmo de vida difiere mucho del de nuestros abuelos, cuyos diccionarios ignoraban términos como colesterol y obesidad. Hoy llevamos una vida sedentaria y somos atraídos por una exigencia de felicidad más sofisticada. No bastan una vida familiar saludable, trabajo digno y devoción religiosa para ser felices. Queremos más, mucho más. Suspiramos por lo máximo: riqueza, fama y belleza.

Ahora bien, cuanto más alto el salto, mayor la caída. Nuestro índice de frustración es proporcional al de la pretensión. De ahí el recurso al sicoanálisis, a los comprimidos para dormir, a las terapias alternativas, al atractivo por la religiosidad esotérica. Somos profundamente infelices al unir nuestra felicidad, no a la casita que está a nuestro alcance, sino al castillo de quimeras basadas en envidias y ambiciones desmedidas. La felicidad no es una cuestión de placeres sino de sabiduría.

La muerte, inevitable, es tanto más temida cuanto menos sentido le imprimimos a la existencia. Es como si ella no tuviera el derecho de venir hoy, porque todos mis proyectos son para mañana. Quien vive la vida como quien come un mango dejando escurrir el jugo por el pecho encara la muerte como el descanso del guerrero... La muerte hace comprender que ninguno de nosotros es insustituible, excepto nuestra presunción.

La felicidad es un estado de espíritu. Consiste en algo muy sencillo de decir, pero difícil de vivir: amor. Está dicho y redicho por todas las tradiciones religiosas. La felicidad no implica estar exento de problemas y sufrimientos. ¡Cuántos sufren por dar importancia a lo que no la tiene! La felicidad es liberar el corazón y la mente del peso de la envidia, del rencor, de la ira, de la amargura y del odio. Es desdoblar el ego. Es tratar el cuerpo con moderación, sin entregarlo a excesos. Es nutrir la mente de cultura y el espíritu de cosas profundas.

Vivir es fácil. Somos nosotros quienes lo complicamos. La vida no se teje de intenciones sino de acciones. Lo que importa en ella son los bienes infinitos y no los finitos. Pero esa sabiduría sólo es alcanzada por quien no se mira en ojo ajeno. Se mira en el tercer ojo, el divino. Sabiduría que, como dice el apóstol Pablo, es locura para los hombres. De ahí nuestra resistencia a Aquel que es más íntimo a nosotros que nosotros mismos. (Traducción de J.L.Burguet)

jueves, julio 06, 2006

Juan, Pedro y Pablo

Frei Betto
religiosos dominico


Junio es recordado por las fiestas junianas, que, en rigor, deberían ser llamadas fiestas juaninas, en homenaje a san Juan Bautista, cuyo nacimiento es conmemorado el día 24. Hijo de un sacerdote, hay indicios de que ingreso en el monasterio de los monjes esenios de Qumram, junto al mar Muerto, cuyas ruinas visité en 1997, cuando investigaba datos para mi libro sobre Jesús "Entre todos los hombres".

Los esenios centraban su espiritualidad en la pureza; Juan en la justicia. Después de abandonar su condición de monje se convirtió en predicador itinerante a orillas del Jordán. Allí bautizó a su primo Jesús y predicó el arrepentimiento de los pecados como primer paso para la conversión. A cada penitente le dirigía las palabras adecuadas: a los satisfechos les recomendaba compartir vestidos y alimentos con los pobres; a los soldados, no torturar ni extorsionar en dinero... Indignado ante la corrupción de Herodes Antipas, gobernador de Galilea, Juan lo denunció públicamente.

Encarcelado por desacato a la autoridad, fue decapitado durante una fiesta palaciega, cuando Salome, hija de la amante de Herodes, pidió, por instigación de su madre ofendida, la cabeza de Juan Bautista. Años después, otro Juan, el evangelista, comenzaría su relato sobre Jesús evocando a Juan Bautista, que vino para "dar testimonio de la luz", Cristo. De ahí la práctica de las hogueras, símbolos de la luz del mundo anunciada por Juan. Junio se cierra conmemorando, el día 29, a otros dos importantes personajes del cristianismo primitivo: Pedro y Pablo.

Si yo tuviera el talento de Chesterton escribiría acerca del humor en los evangelios, destacando la curiosa figura de Pedro. Hermano de Andrés, era un tipo medio torpe. Fue de los primeros discípulos de Jesús. Pescador, se espanto cuando, después de una noche de pesca sin éxito, vio la red regresar llena de peces tras haber sido echada en el lugar donde indico el Maestro. Se juzgó indigno de estar a su lado, debido a la conciencia que tuvo de sus pecados.

Casado, Pedro vio cómo Jesús curo a su suegra. Sin embargo casi se ahoga cuando intento caminar sobre el agua para ir a su encuentro. Tenía dificultad para captar el sentido de las parábolas y recriminó a Jesús cuando este preanuncio su pasión; y al verlo preso, negó tres veces haberlo conocido. Sin embargo, fue este hombre frágil, pecador, poco inteligente y cobarde, al que Jesús escogió como piedra angular de su Iglesia. Y así quedo como ejemplo de lo que significa ocupar el poder. Como primer papa, nunca abusó de su autoridad, hasta el punto de soportar una reprimenda pública de Pablo, según cuenta la Carta a los Gálatas. Murió martirizado en Roma, en el lugar donde se yergue hoy la basílica consagrada a su nombre. Ningún otro Papa, a lo largo de casi dos mil años de historia de la Iglesia, adopto el nombre de Pedro II.

Siglos después, Nostradamus predijo que si alguien lo hiciera seria indicio del próximo fin del mundo. Ahora bien, del modo en que van las cosas, puede ser que el mundo se acabe antes del plazo establecido por Dios. Basta con recordar que, aparte los estragos causados por nosotros en el medio ambiente, hay en los arsenales nucleares ojivas suficientes como para destruir este planeta 36 veces.

Todos los políticos hacen proyectos a largo plazo, al menos en lo concerniente a su carrera personal. Quieren permanecer el mayor tiempo posible en el poder, como tantos que sirvieron a la dictadura militar y, todavía hoy, se aferran tenazmente al mandato recibido de las urnas. Tratan de sembrar en cualquier huerta que les prometa una rápida y promisoria cosecha en términos de distinciones, nominaciones y promociones de correligionarios, de modo que puedan asentarse en el lienzo en que parezcan revestidos de la ilusión de inmortalidad. Son raros los que siguen los ejemplos de Juan, Pedro y Pablo. Muchos se callan, conniventes ante la corrupción; prefieren agradar a Salome que defender al Bautista y no intentan compartir las riquezas y castigar a quien tortura y practica la extorsión. El precursor de Jesús y los dos apóstoles fundadores de la Iglesia fueron hombres que sufrieron persecución por defender la verdad y la justicia. Todos pasaron por la cárcel, admitieron sus flaquezas y pagaron con su sangre la coherencia de sus convicciones.

Quizá sea esto lo que les falta a los hombres y mujeres investidos de mandato popular: pensar mas en la obra de justicia y menos en si mismos. Inmortal es la obra y con ella aquellos que le sirvieron con dedicación. Sin ella todas las palabras y promesas y pactos y articulaciones son tan importantes como la primera pagina del diario de ayer, que hoy envuelve legumbres en la tienda de la esquina.

lunes, julio 03, 2006

En la piel de los jugadores

Leonardo Boff
teólogo


Sólo quien ha pasado por situaciones semejantes a las de nuestros jugadores de fútbol, puede hacerse una idea de la terrible presión sicológica a la que se ven sometidos. De repente son el foco de todas las atenciones nacionales e internacionales, perseguidos por los periodistas y por los fotógrafos. Corren siempre el riesgo de internalizar la notoriedad como una forma de exigencia: los jugadores se sienten en la obligación de mostrar que la imagen que el público se ha hecho de ellos corresponde a la realidad.

El filósofo Nietzsche se preguntó si podría haber algún burro trágico, y respondió: sí, trágico es el burro que cayó bajo el peso de su carga y que ya no consiguió levantarse más, por el peso de esa carga. Lejos de mí considerar a nuestros jugadores como unos burros (el burro lo sería yo), pero me parece que su situación es semejante al burro de Nietzsche. A partir de ahí se comprenden los temores y las indisposiciones sin causa aparente, que funcionan como verdaderos super egos castradores de su espontaneidad y de su creatividad.

Pero lo peor que puede ocurrir es la identificación entre la persona y la imagen. Una cosa es la persona, con la conciencia de sus límites y, en el fondo, con la percepción de su fragilidad humana o incluso de su carácter miserable, como se ha visto en algunas celebridades futbolísticas, y otra es la imagen del «rey del fútbol», del «fenómeno» o del «mayor jugador del mundo». ¿Quien puede garantizar la verdad de estas afirmaciones? Sólo Dios mismo, pues nuestras apreciaciones son humanas y, por eso, subjetivas y muchas veces discutibles.

Sabio es el entrenador que les recuerda estas verdades para garantizar la salud psicológica de sus jugadores. Infeliz el jugador que cree y se identifica con tales títulos. Ese está condenado a tener que actuar continuamente de cara a la galería. Sabemos que persona e imagen nunca se recubren totalmente. Si el jugador no es autocrítico, se entabla dentro de él una lucha entre la imagen personal interior y la imagen exaltada que hacen de él. La imagen interior, por ser verdadera, habla más fuerte y quiere hacerse oír. Y si no es escuchada, el jugador acabará siendo castigado al sentirse inseguro y temeroso.

Aquí vienen a cuento los reclamos internalizados que pueden desestructurarlo: ¡Ay de Ronaldo si no consigue ser en cada partido el mejor del mundo...! Enseguida se inventan mil explicaciones. ¡Ay de Ronaldiño Gaúcho si no muestra su juego alegre y endiablado! ¡Infeliz de Robinho si no consigue dar los famosos dribles y no se muestra como un pequeño fantasma incontrolable en el campo! Y así con cada uno de ellos...

¿Cómo salir de este impase? No lo sé. Pero pienso en una salida: el coraje del jugador para ser él mismo, y para asumirse tal como es. Para eso tiene que tener autonomía interior y un diálogo intenso con su yo profundo. Esa actitud libera las energías que lo hacen un jugador excelente, o incluso genial.

Hay todavía una llave secreta que escuché de una joven y excepcional actriz de TV y de cine, sensible al mundo espiritual. Decía: estudio mi papel y me preparo todo lo que puedo; pero cuando entro en escena, voy como quien va a representar para Dios mismo, y lo hago por amor a Él. Me olvido de las expectativas humanas. A cambio, gano una indescriptible libertad interior. Tal vez los jugadores no tengan semejante intimidad con Dios, aunque se santigüen tan frecuentemente. Pero dedican lo mejor de lo que hacen a los representantes simbólicos de Dios, como son la esposa, la madre, el padre, los hermanos.

La Iglesia antigua llamaba a Dios «ludens», un gran jugador que creó el universo para su propia diversión y nos creó para participar de ella. ¿No sería el fútbol una de las formas?