viernes, julio 04, 2008

Ejercicios de paciencia

Frei Betto
religioso dominico


Un novicio le preguntó a su maestro cómo ejercitar la virtud de la paciencia. El maestro le sometió al primero de tres ejercicios: caminar todas las mañanas por el bosque vecino al monasterio.

Dispuesto a conquistar la paciencia y librarse de la ansiedad que lo esclavizaba -hasta el punto de ingerir alimentos casi sin masticarlos, tratar a los subalternos con aspereza, hablar más de lo que debía-, durante nueve meses el novicio caminó por cuestas escarpadas, por estrechas sendas entre árboles y zarzas, por pantanos peligrosos, enfrentando toda clase de insectos ponzoñosos y de bichos venenosos.

Nueve meses después el maestro le llamó y le dio el segundo ejercicio: llenar de agua un tonel y cargarlo en brazos todas las mañanas, a lo largo de los cinco kilómetros que separaban el río de la fuente que abastecía el monasterio. El novicio tampoco comprendió el segundo ejercicio pero, creyendo que su desconfianza era síntoma de impaciencia, se aplicó resignadamente a lo largo de nueve meses.

Llegó el día del tercer y último ejercicio: atravesar con los ojos vendados la cuerda que servía de puente entre el abismo en que se enclavaba el monasterio y la montaña que se erguía enfrente. Con mucha reverencia, por temer estar todavía posesionado por la impaciencia, el novicio le preguntó al maestro si le era permitido hacer una pregunta. El viejo monje aceptó. “Maestro, ¿cuál es la relación entre los tres ejercicios?”

El maestro sonrió y su rostro adquirió una expresión luminosa: “Al caminar por el bosque aprendiste a perder el miedo a la paciencia. Supiste vencer meticulosamente cada uno de los obstáculos y no te dejaste intimidar por las amenazas. Ahora sabes que en la vida lo importante no es discutir con prisa acerca de quién llega primero. Lo que importa es llegar, aunque se tarde mil años. Observaste también la diversidad de la naturaleza y de ahí sacaste la lección de que no todas las cosas tienen el aspecto que más nos gustan”.

“Al traer agua del río fortaleciste los músculos del cuerpo y aprendiste a servir. La impaciencia es la materia prima de la intolerancia, del fundamentalismo, del irrespeto, de la segregación. La paciencia exige humildad, generosidad, solidaridad”.

El novicio comprendió, pero aún quedaba una duda en su mente. El maestro lo notó. “Ahora quieres saber por qué el atravesar con los ojos vendados la cuerda que nos sirve de puente, ¿verdad?”, le preguntó el viejo monje. Y añadió: “Con la paciencia pegada a tus pies que pisaron el bosque inhóspito, y la fuerza pegada a tus brazos que aprendieron a servir, ahora vas a ejercitar la fe. No podrás ver, pero confiarás en que la cuerda permanecerá bajo tus pies. No podrás apoyarte, pero vas a entregarte a la certeza de que tu cuerpo es como el agua que traías: se mueve pero no se cae. No podrás huir del abismo que se abre debajo de ti, pero andarás convencido de que, al otro lado, está la montaña sólida que espera recibirte. Así es el Padre de Amor cuando nos disponemos, en la oscuridad de la fe, a ir a Su encuentro”.

Tras una pausa de silencio el maestro añadió: “Sin fe no hay tolerancia, sin tolerancia es imposible la paciencia”. El novicio abrió mucho los ojos, como asustado. “¿Qué te pasó?”, le preguntó el viejo monje. “Maestro, ¿los fundamentalistas no son personas de mucha fe? ¿Y no se caracterizan por la intolerancia?”

El maestro sonrió de nuevo y replicó: “Los fundamentalistas no tienen fe, que es confiar incondicionalmente en Alguien. Lo que tienen es presunción: sólo confían en sí mismos. Ellos son el objeto de su propia fe. Al atravesar el abismo tú estarás recorriendo el itinerario que conduce de tu hombre viejo a tu hombre nuevo. Y lo harás para bien de los demás. Confía, Alguien te conducirá de la mano, librándote de todos los peligros”. (Traducción de J.L.Burguet)