viernes, febrero 23, 2007

El cambio climático es peor que cualquier guerra

Joseph Stiglitz

Premio Nobel de Economía

El reciente informe Stern muestra de manera contundente los efectos devastadores del calentamiento de la Tierra. No se puede seguir dilatando la aplicación de un impuesto a escala mundial a los que contaminan. Ya no se trata de si podemos hacer algo contra el calentamiento del planeta, sino de si podemos darnos el lujo de no hacer nada.

El gobierno británico ha publicado el estudio más completo de los costos y los riesgos económicos del calentamiento del planeta y de las medidas que podrían reducir las emisiones de gases que provocan el efecto invernadero.

El informe, dirigido por sir Nicholas Stern de la London School of Economics, enfatiza que ya no se trata de si podemos hacer algo contra el calentamiento del planeta, sino de si podemos darnos el lujo de no hacer nada.

El informe propone un programa cuyo costo sería equivalente a tan sólo el 1% del consumo anual, pero evitaría al mundo unos costos de riesgo cinco veces mayores. Los costos del calentamiento del planeta en él expuestos son mayores que en estudios anteriores, porque se tienen en cuenta las pruebas en aumento de que el proceso de calentamiento del planeta es sumamente complejo y no lineal, con la no desdeñable posibilidad de que avance mucho más rápidamente y su amplitud sea mucho mayor de lo que se había pensado antes.

De hecho, puede que ese estudio subestime los costos: por ejemplo, el cambio climático puede propiciar una variabilidad mayor del tiempo atmosférico, una posible desaparición o un importante cambio de dirección de la corriente del Golfo y un aumento de las enfermedades.

Cuando participé en 1995 en el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático —el grupo científico que evalúa periódicamente los datos científicos sobre el calentamiento del planeta—, había pruebas abrumadoras de que la concentración en la atmósfera de gases que provocan el efecto de invernadero había experimentado un marcado aumento desde el comienzo de la Revolución Industrial y la actividad humana había contribuido a ello en gran medida, lo que tendría efectos profundos en el clima y los niveles del mar. Pero fueron pocos quienes vieron, por ejemplo, que la fusión del casquete de hielo del Ártico fuera tan rápida como ahora parece serlo.

Aun así, hay quienes dicen que, como no estamos seguros de cómo será el cambio climático, debemos hacer poco o nada. Para mí, la incertidumbre debe hacernos actuar más resueltamente hoy. El calentamiento del planeta es uno de esos casos poco comunes en que la comunidad científica siente más miedo de lo que puede estar ocurriendo, que la población en general. Los científicos han vislumbrado lo que el futuro puede reservarnos.

Como señala el informe Stern, los pobres son, como de costumbre, los más vulnerables. Una tercera parte de Bangladesh quedará sumergida al final de este siglo. Las Maldivas y un gran número de Estados insulares del Pacífico desaparecerán: nuestra Atlántida del siglo XXI.

Para un economista, el problema resulta evidente: los contaminadores no están pagando el costo completo del daño que causan. Los países avanzados podrían no querer causar daño alguno a Bangladesh y las islas que desaparecerán, pero ninguna guerra podría ser más devastadora.

Se podría abordar este problema a escala mundial con un impuesto acordado globalmente, lo que no significa un aumento en la fiscalidad total, sino simplemente una sustitución en cada uno de los países de los impuestos actuales por un impuesto a la contaminación (por dióxido de carbono). Tiene mucho más sentido gravar lo dañino, como la contaminación, que lo positivo, como el ahorro y el trabajo.

Aunque el presidente George W. Bush dice que cree en los mercados, en este caso ha pedido medidas voluntarias, pero tiene mucho más sentido recurrir a la fuerza de los mercados —la de los incentivos— que depender de la buena voluntad, sobre todo en el caso de las compañías petroleras que consideran su único objetivo el obtener el máximo beneficio, independientemente del costo que represente para otros.

Se ha dicho que Exxon ha estado financiando supuestos grupos de expertos para socavar la confianza en los datos científicos sobre el calentamiento del planeta, del mismo modo que la industria tabaquera financió "investigaciones" para poner en entredicho la validez de las conclusiones estadísticas que mostraban la vinculación entre tabaco y cáncer.

La buena noticia es que hay muchas formas en las que mayores incentivos podrían reducir las emisiones. En parte, eliminando las miríadas de subvenciones de los usos ineficientes. En los Estados Unidos se subvenciona el etanol procedente del maíz y se grava el procedente del azúcar; ocultos en el régimen impositivo hay miles de millones de dólares de subvenciones a las industrias del petróleo y del gas.

Lo más importante es que las señales representadas por los precios que muestran los verdaderos costos sociales de la energía procedente de los combustibles fósiles fomentarán la innovación y la conservación. Pequeños cambios en los hábitos, al reproducirlos centenares de millones de personas, pueden entrañar una diferencia enorme. Por ejemplo, el simple cambio del color de los tejados en los climas cálidos para que reflejen la luz del sol o la plantación de árboles en torno a las casas pueden propiciar importantes ahorros de energía usada para el aire acondicionado.

Sólo tenemos un planeta y debemos conservarlo como un tesoro. El calentamiento del planeta es un riesgo que no podemos permitirnos el lujo de seguir desconociendo.

(http://www.clarin.com/diario/2006/11/12/opinion/o-03402.htm)

miércoles, febrero 14, 2007

Rumí, el místico del amor

Leonardo Boff

teólogo

En este año 2007 se cumplen 800 años del nacimiento de Jalal ud-Din Rumi (1207-1273), el mayor de los místicos islámicos, un extraordinario poeta del amor. Nació en Afganistán, pasó por Irán y vivió y murió en Konia, Turquía. Era un erudito profesor de teología, celoso en sus ejercicios espirituales. Todo cambió en su vida cuando se encontró con la figura misteriosa y fascinante del monje errante Shams de Tabriz. Como se dice en la tradición sufí, fue «un encuentro entre dos océanos». Ese maestro misterioso inició a Rumí en la experiencia mística del amor. Su agradecimiento fue tan grande que le dedicó todo un libro de 3.239 versos, el Divan de Shams de Tabriz. «Divan» significa colección de poemas.

La efusión del amor en Rumí es tan avasalladora que lo abraza todo: el universo, la naturaleza, las personas y sobre todo a Dios. En el fondo se trata del único movimiento de amor, que no conoce divisiones, sino que enlaza todas las cosas en una unidad última y radical tan bien expresada en el poema Yo soy Tú: «Tú, que conoces a Jalar ud-Din (nombre de Rumí), Tú , el Uno en todo, di quién soy. Di: soy Tú». O aquel otro: «De mí no queda sino el nombre; todo el resto es Él».

Esa experiencia de unión amorosa fue tan inspiradora que hizo que Rumí produjese una obra de 40 mil versos. Famosos son el Masnavi (poemas de cuño reflexivo-teológico), el Rubal-yat (canción de amor a Dios) y el ya citado Divan de Tabriz.

Propio de la experiencia místico-amorosa es la embriaguez del amor que hace del místico un «loco por Dios», como lo fue san Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, Santa Xênia de Rusia y también Rumí. En un poema del Rubai’yat dice: «Hoy no estoy ebrio: soy los millares de ebrios de la tierra. Estoy loco y amo a todos los locos, hoy».

Como expresión de esta locura divina inventó la sama, la danza extática. Consiste en danzar girando sobre sí mismo y alrededor de un eje que representa al sol. Cada dzerviche –así se llaman los danzantes- se siente como un planeta girando alrededor del sol que es Dios.

Difícilmente en la historia de la mística universal encontramos poemas de amor con la inmediatez, la sensibilidad y la pasión de los poemas escritos por el musulmán Rumí. Es como una fuga de mil motivos que va y viene sin cesar. En un poema del Rubai’yat canta: «Tú, único sol, ¡ven! Sin Ti las flores se marchitan, ¡ven! Sin Ti el mundo no es sino polvo y ceniza. Este banquete y esta alegría, sin Ti quedan totalmente vacíos, ¡ven!

Uno de los más bellos poemas, por su densidad amorosa, me parece que es éste, tomado del Rubai’yat: «Tu amor vino hasta mi corazón, y se marchó feliz. Después volvió, se puso los vestidos del amor, pero, una vez más, se fue. Tímidamente le supliqué que se quedase conmigo al menos por unos días. Él se sentó junto a mí y ya se olvidó de partir»...

La mística desafía la razón analítica. La sobrepasa, porque expresa la dimensión del espíritu, aquel momento en el que el ser humano se descubre a sí mismo como parte de un Todo, como proyecto infinito y misterio abismal, inexpresable. Bien notaba el filósofo y matemático Ludwig Wittgenstein en la proposición VI de su Tractatus logico-pilosophicus: «lo inexpresable se muestra, es el místico». Y termina en la proposición VII con esta frase lapidaria: «Sobre lo que no podemos hablar, debemos callar». Es lo que hacen los místicos. Guardan un noble silencio, o cantan, como hizo Rumi, pero de un modo tal que la palabra nos conduce al silencio reverente.

martes, febrero 13, 2007

Sin violencia - Bien claro

José Antonio Pagola

sacerdote español

Lucas 6, 27 – 38.- Jesús lo veía todo desde su propia experiencia de Dios. Y Dios, el Padre bueno de todos, ama y busca la justicia, pero no es violento. No destruye a los injustos, sino que busca su cambio. Así es Dios y así hay que trabajar por un mundo más humano. No introduciendo más violencia, sino buscando el cambio de las personas y la humanización de las relaciones.

¿No es esto un sueño ingenuo de Jesús? ¿Hay que permanecer pasivos ante los abusos? ¿Hay que someterse con resignación a las injusticias de los poderosos? ¿Se puede luchar contra el mal sólo con el bien?

La postura de Jesús es clara. Para hacer un mundo más humano, hemos de actuar en sintonía con Dios cuyo corazón no es violento. Hemos de parecernos a él, incluso al luchar contra la injusticia. Jesús es realista. No impone normas ni da preceptos. Sencillamente, a «los que le escuchan» les sugiere un estilo de actuar original y sorprendente.

No llama a la pasividad; no anima a la resignación. Invita a reaccionar ante las agresiones con un gesto amistoso que desconcierte y haga reflexionar al adversario, cortando de raíz la escalada de la violencia.

Jesús pone ejemplos sencillos para ilustrar su idea: «Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra». No pierdas tu dignidad, mírale a los ojos, quítale su poder de humillarte, ofrécele la otra mejilla, hazle saber que su agresión no ha tenido un efecto destructor sobre ti; sigues siendo tan humano o más que él.

Otro ejemplo: «Al que te roba la capa, déjale también la túnica que cubre tu cuerpo. Preséntate así ante todos, desnudo pero con dignidad. Que el ladrón quede en ridículo y todos puedan ver hasta donde llega su ambición e injusticia».

Nunca serán muchos los que sigan a Jesús. Jamás pensó él en grandes masas. Sólo quería algunos seguidores que fueran «luz del mundo» y «sal de la tierra». Quienes se resisten personalmente a la violencia en medio de un mundo injusto y violento son los que mejor apuntan hacia una sociedad verdaderamente humana.

Bien claro

Lucas 6, 17. 20 – 26.- Jesús no poseía poder político ni religioso para transformar la situación injusta que se vivía en su pueblo. Sólo tenía la fuerza de su palabra. Los evangelistas recogieron, uno detrás de otro, los gritos que Jesús fue lanzando por las aldeas de Galilea en diversas situaciones. Sus bienaventuranzas quedaron grabadas para siempre en sus seguidores.

Se encuentra Jesús con gentes empobrecidas que no pueden defender sus tierras de los poderosos terratenientes y les dice: «Dichosos los que no tenéis nada porque vuestro rey es Dios». Ve el hambre de mujeres y niños desnutridos, y no puede reprimirse: «Dichosos los que ahora tenéis hambre porque quedaréis saciados». Ve llorar de rabia e impotencia a los campesinos, cuando los recaudadores se llevan lo mejor de sus cosechas y los alienta: «Dichosos los que ahora lloráis porque reiréis».

¿No es todo esto una burla? ¿No es cinismo? Lo sería, tal vez, si Jesús les estuviera hablando desde un palacio de Tiberíades o una villa de Jerusalén, pero Jesús está con ellos. No lleva dinero, camina descalzo y sin túnica de repuesto. Es un indigente más que les habla con fe y convicción total.

Los pobres le entienden. No son dichosos por su pobreza, ni mucho menos. Su miseria no es un estado envidiable ni un ideal. Jesús los llama «dichosos» porque Dios está de su parte. Su sufrimiento no durará para siempre. Dios les hará justicia.

Jesús es realista. Sabe muy bien que sus palabras no significan ahora mismo el final del hambre y la miseria de los pobres. Pero el mundo tiene que saber que ellos son los hijos predilectos de Dios, y esto confiere a su dignidad una seriedad absoluta. Su vida es sagrada.

Esto es lo que Jesús quiere dejar bien claro en un mundo injusto: los que no interesan a nadie, son los que más interesan a Dios; los que nosotros marginamos son los que ocupan un lugar privilegiado en su corazón; los que no tienen quien los defienda, tienen a él como Padre.

Los que vivimos acomodados en la sociedad de la abundancia no tenemos derecho a predicar a nadie las bienaventuranzas de Jesús. Lo que hemos de hacer es escucharlas y empezar a mirar a los pobres, los hambrientos y los que lloran, como los mira Dios. De ahí puede nacer nuestra conversión.

lunes, febrero 12, 2007

Elogio de la concientización

Frei Betto

religioso dominico

Concientización deriva de conciencia; tener ciencia o conocimiento de algo. El término se introdujo en el lenguaje de los sectores progresistas de América Latina a través de las obras del profesor Paulo Freire (1921-1997), educador brasileño que desarrolló la pedagogía del oprimido -método de alfabetización que favorece el aprendizaje de la lectura y la escritura mediante la contextualización de las "palabras generadoras". De ese modo, padre está en la raíz de país y patria, abriendo la conciencia del alfabetizando a la percepción de la coyuntura sociopolítica y económica en que está situado.

Una obra imprescindible, radiografía completa de la vida y de la pedagogía de Freire, llega ahora a las librerías: "Paulo Freire, una historia de vida" (São Paulo, Villa das Letras, 2006), firmada por Ana María Araújo Freire, educadora y viuda del renombrado profesor pernambucano. Con amplia documentación, el libro expone en detalle la trayectoria vital del biografiado, la evolución y la aplicación de su método, los años de exilio, así como los efectos de su trabajo en diversos países y los homenajes recibidos.

Impelido por el método de Paulo Freire, en la década de 1970 se intensificó en América Latina el "trabajo de base" con sectores populares, asesorados por equipos de educación popular empeñados en "concientizar" campesinos, obreros y personas de bajo poder adquisitivo. El verbo implicaba volver al educando "consciente" políticamente, o sea, crítico con el sistema capitalista, con las dictaduras, con la opresión social y, al mismo tiempo, adepto al proyecto de construcción de una sociedad socialista.

Poco a poco se fue advirtiendo que no basta "concientizar", dotar al militante de nociones políticas de matiz crítico. La cabeza piensa donde pisan los pies. Aunque se adquiera "conciencia" de los problemas sociales y de los desafíos políticos, el peligro de idealismo sólo se supera en la medida en que el militante mantiene vínculos orgánicos con los movimientos sociales. Sin práctica social no hay teoría que transforme la realidad, enseñó Paulo Freire.

En las últimas décadas, el "trabajo de base" amplió el significado de concientización. El conocimiento no deriva sólo de la razón o de los conceptos que llevamos en la cabeza. Es producto también de factores no racionales o transracionales, como la emoción, la intuición, el sentido estético, etc. En la Biblia, conocer es experimentar. Cuando se dice que "Sara conoció a Abrahán", significa más que ser presentado a otra persona; es hacer la experiencia de aquella persona, tocarla física y subjetivamente, amarla.

Con la introducción, en el trabajo político, de las relaciones de género y de la preservación del medio ambiente, concientizar adquirió un significado más amplio, articulando conciencia y subjetividad, actuación efectiva y relaciones afectivas, práctica social y solidaridad individual. De este modo se descarta la figura del militante maniqueísta, que aboga por la transformación de la sociedad sin empeñarse en el cambio de sí mismo. Ahora, concientizado es el militante que conjuga, en su actividad social y política, principios éticos y compromiso con la causa liberadora de los pobres.

La mente del oprimido, reza un principio marxista rescatado por Paulo Freire, tiende a ser "hotel" del opresor, pues en ella hospeda ideas y actitudes inoculadas en nosotros por los medios de comunicación, de la cultura vigente, del argot. Pues el modo de pensar y de actuar de una sociedad tiende a reflejar el modo de pensar y actuar de la clase que domina en esa sociedad.

Concientizar es propiciar en los oprimidos y en los militantes políticos un distanciamiento crítico de esa ideología dominante, de modo que asuman prácticas innovadoras y renovadoras, rechazando, en la medida de lo posible, influencias que puedan inducirlos a -en nombre de una nueva sociedad- adoptar prácticas típicas de los opresores, como es el caso del guerrillero que tortura al soldado enemigo para obtener información. Una de las causas de la caída del socialismo en el Este europeo fue el descrédito de dirigentes políticos que reproducían en su comportamiento lo que era propio de tiranos y caudillos que ellos mismos habían derribado y a quienes tanto

criticaban.

En América Latina, el avance de los movimientos sociales y de la movilización por cambios estructurales depende hoy de la intensificación del trabajo de base. Éste muchas veces se ve amenazado por el síndrome del "electorerismo" que contamina a los partidos de izquierda, más interesados en mantenerse en el poder que en promover las transformaciones sociales, políticas y económicas propugnadas en sus programas y reivindicadas por su base social de apoyo.

Dos criterios debieran guiar ahora esa concientización: el vínculo personal y orgánico con las diferentes formas en que los pobres se mantienen organizados, y el perfeccionamiento de la democracia por el compromiso irreductible con la promoción de la vida en toda su amplitud, desde la defensa del medio ambiente a la lucha por reformas estructurales, como la agraria, que reduzcan la desigualdad social y aseguren a todos una existencia digna y feliz.

jueves, febrero 08, 2007

La información como mercancía

Antonio Montesinos

El auge de las tecnologías de la información ha traído nuevos aires al aburrido panorama mediático de este siglo.

La forma en que los medios de comunicación tradicionales gestionan la información rozan lo tiránico: unos pocos deciden la información que van a consumir millones de personas que ni siquiera tienen derecho a réplica. La unidireccionalidad de estos medios dirige el mango de la sartén hacia un lado, el lado de los propietarios de las cadenas de tv, radio y prensa, magnates inmersos en un mercado altamente competitivo, con intereses políticos y económicos de altos niveles y con un arma muy peligrosa en sus manos para defenderlos.

Pero desde hace unos años, esta situación de indefensión del usuario medio, del ciudadano devorador de información se ha visto mermada con la aparición de las grandes redes informáticas, especialmente Internet. La red de redes es la gran alternativa a la dictadura de los grandes medios. En Internet la información se mueve en dos sentidos: hacia el usuario y desde el usuario, cualquier persona puede emitir y recibir; su audiencia potencial es el conjunto total de personas conectadas; abarca todos los continentes; emplea texto, imágenes y sonido; es inmediata; la información se puede elaborar, guardar y reenviar al momento a cualquier sitio y el conjunto total de la red no tiene dueño. Se acabó el tragarse pasivamente ingentes cantidades de información parida siempre por las mismas personas con las mismas intenciones. En Internet no es la información la que llega al usuario sino al revés. Todos deciden, todos opinan y todos participan por igual del tráfico de datos. La alternativa está ahí y es real, el problema reside en que aún no está disponible en muchos países, sólo los más desarrollados capitalizan el 90% de su uso.

Si los mercados bursátiles empiezan a mostrar interés por estas tecnologías parece que está justificado hablar de revolución. Revolución que empieza a ser tal que en los mercados del compra-venta las empresas de telecomunicaciones están alcanzando cotizaciones de vértigo. Las grandes cadenas de TV se alían unas con otras, las compañías de teléfono han puesto su mirada en nuevos mercados comprando empresas en países en desarrollo e intentando captar mercado para el futuro, los primeros grandes negocios en Internet están creando millonarios a nivel planetario, incluso se habla de "infonomía", la economía de la información... El asunto no es baladí.

Y aunque todo esté sustentado por la economía, que al fin y a la postre es la que hace mover este entramado, hay factores muy importantes en juego y que pueden determinar de una manera u otra parte de nuestro futuro como especie. Se trata de la información. La información no tiene fronteras dentro de Internet. Las posibilidades de comunicación, formación y aprendizaje han dado un salto cualitativo muy importante gracias a estas tecnologías. Pero como el papel de la economía es esencial y con lo único que se puede comerciar dentro de Internet es con la información, esta se está convirtiendo en la mercancía del nuevo milenio y como mercancía se le trata como a cualquier otro bien material, siendo en realidad muy diferente. La información no es algo que se pueda vender por kilos, hectáreas o metros cúbicos. Aparte de su precio, fijado según parámetros mercantilistas, esta tiene un VALOR. Valor intrínseco según su contenido y que es de vital importancia para el desarrollo humano. Si la economía tradicional ha puesto precio a elementos tan importantes para nuestra subsistencia como son los alimentos, el agua, las medicinas o las materias primas de uso común, ahora llega la hora de tasar algo que es igualmente necesario: la información que cada uno de nosotros ha de destilar en conocimiento. Si la economía del siglo XX no ha conseguido distribuir equitativamente los recursos básicos en todo el planeta, existiendo grandes bolsas de pobreza y miseria que ni siquiera tienen acceso a ellos, ¿qué ocurrirá con esta nueva mercancía que cada vez adquiere más valor? Hay sustanciales diferencias que vamos a analizar.

En principio está claro que como especie nuestro principal cometido es garantizar unas condiciones de vida óptimas para toda la raza humana, donde el acceso a las necesidades básicas esté garantizado, cosa que todavía no ha conseguido el sistema capitalista. Más aún, lo que está logrando es agrandar la brecha entre ricos y pobres. La sequía y la falta de recursos están haciendo estragos en muchas partes del planeta y el transporte de estos recursos a aquellos sitios o la creacion de las infraestructuras necesarias resulta cara e interesa poco a los países más ricos. Por desgracia el panorama no es muy alentador. Ante esta perspectiva el primer mundo se conforma con seguir avanzando y desarrollándose a pesar de que la mayor parte del planeta se encuentre en condiciones lamentables. Pero aparte de esta situación de emergencia, lo que sí es cierto es que para un desarrollo integral de las personas, de los individuos que poblamos el mundo, cuando las necesidades físicas básicas están cubiertas, se hace urgente una atención a las necesidades emocionales e intelectuales.

La formación, educación y la cultura son el siguiente e ineludible requisito que necesita una sociedad para avanzar en armonía. Una vez que las necesidades básicas están colmadas hay que satisfacer las necesidades de conocimiento para crear personas conocedoras de sí mismas y su entorno y que sepan aprovechar lo que tienen a su mano para beneficio no sólo de ellos o su comunidad sino del resto de la especie. En este asunto sí tienen mucho que decir las nuevas tecnologías de la información.

Si llevar agua o alimentos a zonas desprovistas de ellos es una tarea difícil y costosa, gracias a los satélites y redes de datos llevar información de una parte a otra del planeta se está convirtiendo en algo cada vez más sencillo. Las necesidades de información y conocimiento de, al menos una parte del mundo, empiezan poco a poco a garantizarse. Cada día cada vez más personas tienen la posibilidad de acceder desde su casa a grandes cantidades de información y de aportar su contribución al enorme cúmulo de conocimientos mundial que está suponiendo Internet. Si la mayor parte de la información que nos llega es vía medios de comunicación, con todo lo que ello supone, hoy al menos existe la posibilidad de ser nosotros los que elijamos las información que queramos e incluso de eleborarla. Y en cuanto los países en vías de desarrollo avancen y se creen las infraestructuras mínimas, estos también estarán en disposición de hacerlo. Pero si, como decíamos antes, el acceso a los recursos físicos básicos (agua, alimentos y medicamentos) no es equitativo y el mismo hombre tiene gran culpa de ello, ¿qué ocurrirá con el acceso a la información? ¿pasará lo mismo? ¿cuáles son los principales enemigos que tiene el libre acceso a la información? Vamos por partes:

1.- Las grandes compañías de telecomunicaciones

Aún dentro de las sociedades económicamente desarrolladas, el acceso a Internet es inviable para un gran número de usuarios debido a los costes de conexión, que en muchos casos son prohibitivos (en España la compañía Telefónica triplicó el precio de coste por hora de conexión en el verano de 1998). En los países en vías de desarrollo estas tarifas pueden llegar a ser mucho mayores. Estos costes para el usuario están suponiendo una fuente de ingresos muy interesante para estas grandes compañías que no paran de crecer y hacerse con las principales líneas de interconexión de Internet, algo que no favorece el sistema de trabajo y gestión descentralizado que caracteriza a la red. Quien gestiona las carreteras gestiona los coches que circulan por ella.

2.- Los intereses gubernamentales

La expansión de un medio de comunicación tan anárquico, libre e incontrolable como Internet choca frontalmente con las intenciones de control de los estados. De hecho, en China y algunos países islámicos el acceso a Internet está fuertemente restringido. Quitando a los muchos políticos que aún no se han enterado, los que ya conocen de los peligros de la red no tienen de momento otra alternativa que rendirse, al menos hasta que inventen algo.

3.- Los derechos de autor

Asunto de vital importancia. Si bien es cierto que el trabajo intelectual tomado como mercancía hay que protegerlo, también es cierto que ese mismo trabajo tomado como conocimiento hay que promocionarlo. Cualquier esfuerzo por diseminar el conocimiento será poco y siempre serán escasas las iniciativas destinadas a hacer accesible la información a cuanta más gente mejor. Digámoslo claro: el copyright es un asunto puramente mercantil. Todo autor está deseando que su obra sea conocida y llegue al mayor número de usuarios posible, pero lo que no está dispuesto es a que no genere ingresos. Aún teniendo en cuenta esto, aún respetando el trasiego comercial de la información (sean textos, imágenes, sonidos o películas), y las leyes del copyright, se hace necesaria una conciencia CULTURAL que contemple la gratuidad en el uso y copia de documentos para fines no comerciales (uso educativo). El avance que supondría a medio y largo plazo la libre disposición del fondo de conocimientos de la humanidad sin las restricciones del copyright para estos usos sería inaudito en la historia del hombre. Tenemos el soporte (redes informáticas) y las posibilidades de hacerlo, lo único que queda es generar la conciencia de que el conocimento tiene valor aparte de precio. Pero seamos realistas, si no lo hemos conseguido con el agua, los alimentos y las medicinas, difícilmente pasará con la información.

4. La información tomada como mercancía

Al final todo se reduce a esto. Este cuarto punto vale por los tres anteriores y por cualquier otro que se quiera añadir. El verdadero valor de la información no es el económico. La información, el por qué de las cosas, no debe pertenecer a nadie y no debería pesarse en dólares, francos o pesetas. Las ideas simplemente son y lo único que hacen es manifestarse a través de quienes las enuncian. Atribuirles dueño es un error de concepción. Sería más exacto atribuirles descubridores. Si seguimos pensando en términos económicos la historia seguirá repitiéndose una vez más. Da igual lo que tengamos entre manos: comida, libros o, lo que es más triste, personas, aún seguirán teniendo más los mismos de siempre.

lunes, febrero 05, 2007

El humanismo, la última gran utopía de Occidente

Jorge Majfud

escritor uruguayo

Una de las características del pensamiento conservador a lo largo de la historia moderna ha sido la de ver el mundo según compartimentos más o menos aislados, independientes, incompatibles. En su discurso, esto se simplifica en una única línea divisoria: Dios y el diablo, nosotros y ellos, los verdaderos hombres y los bárbaros. En su práctica, se repite la antigua obsesión por las fronteras de todo tipo: políticas, geográficas, sociales, de clase, de género, etc. Estos espesos muros se levantan con la acumulación sucesiva de dos partes de miedo y una de seguridad.

Traducido a un lenguaje posmoderno, esta necesidad de las fronteras y las corazas se recicla y se vende como micropolítica, es decir, un pensamiento fragmentado (la propaganda) y una afirmación localista de los problemas sociales en oposición a la visión más global y estructural de la pasada Era Moderna.

Estas comarcas son mentales, culturales, religiosas, económicas y políticas, razón por la cual se encuentran en conflicto con los principios humanísticos que prescriben el reconocimiento de la diversidad al mismo tiempo que una igualdad implícita en lo más profundo y valioso de este aparente caos. Bajo este principio implícito surgieron los estados pretendidamente soberanos algunos siglos atrás: aún entre dos reyes, no podía haber una relación de sumisión; entre dos soberanos sólo podía haber acuerdos, no obediencia. La sabiduría de este principio se extendió a los pueblos, tomando forma escrita en la primera constitución de Estados Unidos. El reconocer como sujetos de derecho a los hombres y mujeres comunes ("We the people…") era la respuesta a los absolutismos personales y de clase, resumido en el exabrupto de Luis XIV, "l'État c'est Moi". Más tarde, el idealismo humanista del primer bosquejo de aquella constitución se relativizó, excluyendo la utopía progresista de abolir la esclavitud.

El pensamiento conservador, en cambio, tradicionalmente ha procedido de forma inversa: si las comarcas son todas diferentes, entonces hay unas mejores que otras. Esta última observación sería aceptable para el humanismo si no llevase explícito uno de los principios básicos del pensamiento conservador: nuestra isla, nuestro bastión es siempre el mejor. Es más: nuestra comarca es la comarca elegida por Dios y, por lo tanto, debe prevalecer a cualquier precio. Lo sabemos porque nuestros líderes reciben en sus sueños la palabra divina. Los otros, cuando sueñan, deliran.

Así, el mundo es una permanente competencia que se traduce en amenazas mutuas y, finalmente, en la guerra. La única opción para la sobrevivencia del mejor, del más fuerte, de la isla elegida por Dios es vencer, aniquilar al otro. No es raro que los conservadores de todo el mundo se definan como individuos religiosos y, al mismo tiempo, sean los principales defensores de las armas, ya sean personales o estatales. Es, precisamente, lo único que le toleran al Estado: el poder de organizar un gran ejército donde poner todo el honor de un pueblo. La salud y la educación, en cambio, deben ser "responsabilidades personales" y no una carga en los impuestos a los más ricos. Según esta lógica, le debemos la vida a los soldados, no a los médicos, así como los trabajadores le deben el pan a los ricos.

Al mismo tiempo que los conservadores odian la Teoría de la evolución de Darwin, son radicales partidarios de la ley de sobrevivencia del más fuerte, no aplicada a todas las especies sino a los hombres y mujeres, a los países y las sociedades de todo tipo. ¿Qué hay más darviniano que las corporaciones y el capitalismo en su raíz?

Para el sospechosamente célebre profesor de Harvard, Samuel Huntington, "el imperialismo es la lógica y necesaria consecuencia del universalismo". Para nosotros los humanistas, no: el imperialismo es sólo la arrogancia de una comarca que se impone por la fuerza a las demás, es la aniquilación de esa universalidad, es la imposición de la uniformidad en nombre de la universalidad.

La universalidad humanista es otra cosa: es la progresiva maduración de una conciencia de liberación de la esclavitud física, moral e intelectual, tanto del oprimido como del opresor en última instancia. Y no puede haber conciencia plena si no es global: no se libera una comarca oprimiendo a otras, no se libera la mujer oprimiendo al hombre, and so on. Con cierta lucidez pero sin reacción moral, el mismo Huntington nos recuerda: "Occidente no conquistó al mundo por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino por la superioridad en aplicar la violencia organizada. Los occidentales suelen olvidarse de este hecho, los no-occidentales nunca lo olvidan".

El pensamiento conservador también se diferencia del progresista por su concepción de la historia: si para uno la historia se degrada inevitablemente (como en la antigua concepción religiosa o en la concepción de los cinco metales de Hesíodo) para el otro es un proceso de perfeccionamiento o de evolución. Si para uno vivimos en el mejor de los mundos posibles, aunque siempre amenazado por los cambios, para el otro el mundo dista mucho de ser la imagen del paraíso y la justicia, razón por la cual no es posible la felicidad del individuo en medio del dolor ajeno.

Para el humanismo progresista no hay individuos sanos en una sociedad enferma como no hay sociedad sana que incluya individuos enfermos. No es posible un hombre saludable con un grave problema en el hígado o en el corazón, como no es posible un corazón sano en un hombre deprimido o esquizofrénico. Aunque un rico se define por su diferencia con los pobres, nadie es verdaderamente rico rodeado de pobreza.

El humanismo, como lo concebimos aquí, es la evolución integradora de la conciencia humana que trasciende las diferencias culturales. Los choques de civilizaciones, las guerras estimuladas por los intereses sectarios, tribales y nacionalistas sólo pueden ser vistas como taras de esa geopsicología.

Ahora, veamos que la magnífica paradoja del humanismo es doble: (1) consistió en un movimiento que en gran medida surgió entre los religiosos católicos del siglo XIV y luego descubrió una dimensión secular de la creatura humana, y además (2) fue un movimiento que en principio revaloraba la dimensión del hombre como individuo para alcanzar, en el siglo XX, el descubrimiento de la sociedad en su sentido más pleno.

Me refiero, en este punto, a la concepción del individuo como lo opuesto a la individualidad, a la alienación del hombre y la mujer en sociedad. Si los místicos del siglo XV se centraban en su yo como forma de liberación, los movimientos de liberación del siglo XX, aunque aparentemente fracasados, descubrieron que aquella actitud de monasterio no era moral desde el momento que era egoísta: no se puede ser plenamente feliz en un mundo lleno de dolor. Al menos que sea la felicidad del indiferente. Pero no es por algún tipo de indiferencia hacia el dolor ajeno que se define cualquier moral en cualquier parte del mundo. Incluso los monasterios y las comunidades más cerradas, tradicionalmente se han dado el lujo de alejarse del mundo pecaminoso gracias a los subsidios y las cuotas que procedían del sudor de la frente de los pecadores. Los Amish en Estados Unidos, por ejemplo, que hoy usan caballos para no contaminarse con la industria automotriz, están rodeados de materiales que han llegado a ellos, de una forma o de otra, por un largo proceso mecánico y muchas veces de explotación del prójimo. Nosotros mismos, que nos escandalizamos por la explotación de niños en los telares de India o en las plantaciones en África y América Latina consumimos, de una forma u otra, esos productos. La ortopraxia no eliminaría las injusticias del mundo —según nuestra visión humanista—, pero no podemos renunciar o desvirtuar esa conciencia para lavar nuestros remordimientos. Si ya no esperamos que una revolución salvadora cambie la realidad para que ésta cambie las conciencias, procuremos, en cambio, no perder la conciencia colectiva y global para sostener un cambio progresivo, hecho por los pueblos y no por unos pocos iluminados.

Según nuestra visión, que identificamos con el último estadio del humanismo, el individuo con conciencia no puede evitar el compromiso social: cambiar la sociedad para que ésta haga nacer, a cada paso, un individuo nuevo, moralmente superior. El último humanismo evoluciona en esta nueva dimensión utópica y radicaliza algunos principios de la pasada Era Moderna, como lo es la rebelión de las masas. Razón por la cual podemos reformular el dilema: no se trata de un problema de izquierda o derecha sino de adelante o atrás. No se trata de elegir entre religión o secularismo. Se trata de una tensión entre el humanismo y el trivalismo, entre una concepción diversa y unitaria de la humanidad y en otra opuesta: la visión fragmentada y jerárquica cuyo propósito es prevalecer, imponer los valores de una tribu sobre las otras y al mismo tiempo negar cualquier tipo de evolución.

Ésta es la raíz del conflicto moderno y posmoderno. Tanto el Fin de la historia como el Choque de civilizaciones pretenden encubrir lo que entendemos es el verdadero problema de fondo: no hay dicotomía entre Oriente y Occidente, entre ellos y nosotros, sino entre la radicalización del humanismo (en su sentido histórico) y la reacción conservadora que aún ostenta el poder mundial, aunque en retirada —y de ahí su violencia.